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Revista Arte Cubano
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Osy Milián

Mimesis, Ejercicio, Concepto…

Por Píter Ortega Núñez

Al revisar la trayectoria de la joven artista cubana Osailys Ávila Milián (Ciudad de La Habana, 1992) se distinguen dos momentos o etapas esenciales: 2006-2008 y 2009 hasta la actualidad.

En la primera de ellas el interés estaba dirigido fundamentalmente al cultivo de la técnica, sin que adquiriera demasiado protagonismo el orden de las ideas. Se trataba básicamente de pinturas de género: marinas y naturalezas muertas en las que imperaba el principio de la mimesis (equivalencias perceptivas o duplicaciones ópticas en relación con el referente real), y donde destacaba el manejo de las texturas, el claroscuro, la perspectiva, la gama cromática. Eran más bien ejercicios de aprendizaje, de perfeccionamiento del oficio, lo cual es lógico en tanto punto de partida o primer estadio de una carrera en ciernes. Exposiciones personales como No lejos del mar (Galería Ismaelillo, Biblioteca Nacional José Martí, Ciudad de La Habana, 2006) y El volumen de lo fértil (Galería Carmen Montilla, Ciudad de La Habana, 2008) son muy ilustrativas de lo apuntado.

En la segunda fase tiene lugar un salto cualitativo muy visible en la producción de la artista, y se da a partir de una serie de trabajos de fuerte aliento pop en los que la creadora se aleja definitivamente del academicismo ortodoxo y el calco de lo real para ganar en síntesis y depuración formal, además de en destreza y habilidad en el dibujo. Se expresa entonces con colores mayormente planos, de gran intensidad, limpieza e impacto, con marcados contrastes entre complementarios. Asimismo, se evidencian influencias del arte asiático, en especial de la estética manga.

Este grupo de piezas representa probablemente el momento clímax dentro de la corta pero meritoria carrera de la autora. Sería decisivo que pudieran ser mostradas al público como parte de una exposición personal que las aunara. Osailys debería pensar un poco en ello. Ejemplos emblemáticos de dichos trabajos son los lienzos Bon Appetit, You and me y All you need is love. Los dos últimos formaron parte de la exposición colectiva La gallina de los huevos dorados, exhibida en la Biblioteca Nacional José Martí.

Luego sobrevino, también como parte de este segundo período, la serie en la que la artista se encuentra trabajando en la actualidad, y que conformó una muestra personal: Frágil (Hotel Ambos Mundos, Ciudad de La Habana). Entre las obras más valiosas de esta muestra se podrían citar Escalera azul, Menarquia, Autogratificación, Roxanne. Esta vez se produce un crecimiento de tipo intelectual. Además de las virtudes formales referidas (con la diferencia de que aquí los colores ya no son tan planos, y las figuras se tornan más volumétricas), en los cuadros de esta exposición sobresale la hondura del tema abordado: el complejo universo de la adolescencia, con sus particularidades sexo-eróticas, psico-sociales, intersubjetivas. Problemáticas relacionadas con la droga, el alcoholismo, la primera menstruación en la mujer, la dependencia y enajenación provocada por objetos-fetiches del mundo del entretenimiento, la violación de menores, entre otras, son tratadas con una madurez admirable. De modo que la autora está muy preocupada por el alcance de sentido de sus propuestas, por el atractivo y valía de sus mensajes. Y eso es muy alentador, sobre todo teniendo en cuenta que estamos discurriendo sobre una artífice de apenas 18 años de edad –con una vida por delante–.

Esperemos se mantenga en ese ascenso ininterrumpido, en esa progresión constante.

Quienes la conocemos de cerca, y sabemos de su espíritu inquieto e irreverente, estamos conscientes de que no se conformará con los límites del cuadro, de la superficie bidimensional, y que de seguro acometerá pronto nuevas aventuras estéticas, quién sabe si desde la instalación escultórica, las artes de acción procesual o el vídeo…

Como, a no dudarlo, cosechará muchos más premios y reconocimientos, como esos que ya ostenta con sumo orgullo y satisfacción: el Premio UNESCO en la 14th Bienal Internacional de Pintura Infantil de Kanagawa (Japón, 2007), y el Primer Premio en el Concurso Internacional AEWA (Bonn, Alemania, 2007).

Tiempo al tiempo…

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Ítalo Expósito

El espejo del alma

Por Ítalo Expósito

Creo que la pintura me ha acompañado siempre. Es tan antigua como mi propia memoria. Crecí viendo un cuadro de una gran maestra cubana, María Pepa La Marque; es de las primeras imágenes que conserva mi mente, como la imagen del alma de mi familia: un búcaro con tres flores blancas. Las tres caídas de Cristo, decía María Pepa que eran las flores. Mi familia, de origen italiano por la parte materna, hablaba de Cristo y de los grandes maestros pintores. Eran los paradigmas Leonardo, uno de los más grandes  pintores, y la Gioconda, el mayor de los cuadros. Me hablaban de su sonrisa enigmática, como quien habla de algo para lo que uno está destinado. Así que no por accidente un día, a mis catorce años de edad, la vocación de pintor tocó a mi puerta. Tomé un cartón, busqué una imagen de la Mona Lisa y comencé a dibujarla con un lápiz. Han pasado 18 años desde aquel día en que comencé este trabajo que hasta hoy no he dejado de hacer, cada día con más intensidad. Todavía estudio la Mona Lisa.

Así como encontramos la historia personal de un hombre en la memoria de su cuerpo físico –todo el tiempo vivido por su cuerpo y lo que recuerda–, podemos encontrar la memoria del hombre como especie en el tiempo vivido por el arte, que es la huella física legítima del alma del hombre durante toda la historia. Desde que hay arte hay hombre; desde que hay hombre hay arte. Un artista es ese que, llamado por la vocación, entra en esa memoria del alma que ya no es una historia personal, es la memoria de uno como hombre. Ya no sólo fuimos niños, adolescentes, jóvenes, etc., también fuimos Edad Media, Renacimiento, etc. Es algo más allá de lo personal, pero que se hace  propio,  obra de uno mismo, en la medida en que se  recapitula toda esa memoria en el propio hacer, en las propias manos. Así entramos en un mundo que va desde las vanguardias más contemporáneas hasta las artes primitivas, allá bien lejos en el mismo origen del hombre. Todo lo estudia el artista. Estudiando la obra del hombre crea la propia obra; creando la propia obra estudia la obra del hombre. El espejo del alma, eso es el arte.

Esto se me ocurre decir de mi trabajo como pintor y de la pintura como trabajo, de la manera más general que he podido, ya que para este caso es imposible profundizar en las particularidades de un trabajo de 18 años de dedicación constante en lo personal, y tan antiguo como el hombre mismo en lo que al arte se refiere.

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Ernesto Domecq

Un objeto perturbador

Por Magaly Espinosa

Acercarme a la obra de Ernesto Domecq, artista graduado de la Academia de San Alejandro, me permitió conocer las piezas que integran su exposición Defensa civil, entre las cuales llamó especialmente mi atención, una obra que consiste en un dibujo de 400 x 70 cm, sobre el que estuvo trabajando 14 meses.

Días después le comenté al también artista Glauber Ballestero sobre la laboriosidad de dicha pieza y la manera ingeniosa de presentar el contenido, y me señaló: “Hoy en día, pocos creadores le dedican tanto tiempo a la elaboración de una pieza, generalmente se crean obras rápidas que les permitan participar en exposiciones, eventos o bienales, y los lleven al éxito, pero así se puede perder el rumbo al sacrificar la calidad de la obra, olvidando que es ella la que permanece”.

La permanencia es dictada por muchos factores propios del mundo del arte, de los códigos valorativos reinantes o de la mirada instruida del crítico que debe velar porque los juicios participen de la conciencia crítica, la calcen, y con ello se orienten esos códigos en beneficio de la creación artística, y no de eventos que anuncian de manera pomposa nuevas tendencias, estilos o corrientes, propias más del invento de los intereses de legitimación, que de la real naturaleza del proceso creativo del arte.

En el contexto del arte cubano, algunos de los creadores de más experiencia y con poéticas definidas, han encaminado sus pasos escudriñando opciones con diferentes variantes en cuanto a “acercar un arte a la vida” que mire hacia los objetos. Estos son activados desde acciones constructivas, ejercicios de apropiación, vínculos intertextuales, o interpretaciones analíticas, a través de las cuales podremos conocer de la lógica de los procesos y cómo ellos se expresan por medio de ingeniosas soluciones formales.

¿Qué caminos puede tomar entonces la relación entre objetos si ella implica a la subjetividad? Michel Foucault señala en “Las palabras y las cosas” que el pensamiento moderno está atravesado por la ley de pensar lo impensado. Esta frase es tan poderosa, que por si sola patentiza el importante lugar que ocupa este libro, en cuanto a entender las relaciones entre lo que enunciamos y lo que son las cosas bajo sus apariencias. Gran parte de la creación contemporánea ha hecho posible una visualidad que descompone lo real penetrando sus estructuras internas, los comportamientos o los lazos entre las partes de un todo, en cualquiera de sus conexiones. ¿Cómo pensar sobre objetos reconstruidos, que adquieren otros significados, metaforizando sus esencias y sus apariencias?

Los dibujos son impecables, virtuosos, pero habiendo dejado de ser un valor absoluto el virtuosismo, es un camino que lo ayuda a subordinar la función utilitaria que identifica los objetos, a la estética, algo tan propio del mundo del arte. Dos objetos diferentes se funden, guían al espectador hacia un sentido evocado dada la fusión de ambos, pero sin que sea real una posible utilidad funcional. El carácter de utilidad que desempeñan en la vida cotidiana es subordinado a la armonía estética que se consigue con su ensamblaje, al nuevo significado que adquieren desde esa fusión, los objetos no cambian o desaparecen con esa fusión, ellos transforman su función desde su misma apariencia.

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Reynier García

El diálogo con las huellas

Por Alfonso Quiñones

Reynier García es una realidad, está apostando al futuro. Su serie más seria se sale de los cánones vigentes. Sorprende por la profundidad de su propuesta. A tan temprana edad andar ‘manoseando’ cosas tan sagradas como la muerte, es algo sin lugar a dudas, por lo menos sobrecogedor. La valentía con que se enfrenta al tema, el modo en que interviene los sudarios, manipula los fluidos humanos, las huellas de lo que se llamó Vida en alguien que dejó de existir, y cuyo nombre desconoce y desconocemos, es un acto de valentía artística que lo debe marcar definitivamente.

He visto –aunque desde lejos- la evolución de Reynier García. Primero aquel, su debut individual en las paredes de la centenaria Academia de San Alejandro, con una serie de telas de grandes y medianos formatos, y un acento especial en los colores pasteles, donde dialogaba con líneas y colores en lo que era el regodeo de fotos satelitales de grandes autopistas y que en su caso se convertían en abstractos muy sugerentes. Un balbuceo que puede retornar en algún momento más adelante, con otras técnicas y soportes, cuando las posibilidades lo permitan.

Esa relación personal que establece con el arte hacen de Reynier, no obstante, un caso sui géneris. Hay una vocación de mártir en todo esto. O una muy especial relación Artista-Cuerpo-Arte como un haz, un solo concepto que va más allá de lo espiritual.

Celebro en Reynier su ímpetu juvenil, su respeto por el Arte, su entrega a una vocación que le acompañará hasta el final de sus días, no importan los años ni las dificultades, como Renoir y tantos otros, pero celebro su  tozudez y su insistencia en un tema que él desea llevar mucho más allá que adonde ha llegado. Con su serie “Sudarios”, Reynier García Perón se acerca en intención y profundidad, al menos comprendido Gunther von Hagens. Y aunque no llega tan lejos como intervenir los propios cuerpos, sí lo hace con las últimas huellas dejadas por el cuerpo de alguien cuyo nombre se perderá definitivamente cuando fallezca la última persona que le conoció en Vida.

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Elvis Céllez

En su lugar, descansen, o cómo coger un diez

Por Amalina Bomnin

Elvis Céllez es un provocador. Se las pasa poniéndonos a prueba. Así ha sido desde sus inicios cuando hablaba sobre la situación de las Minas de Matahambre, en especial, al referirse a la vida y circunstancias de los mineros; aunque unido a ello enfocó la migración, la pérdida de identidad del individuo contemporáneo, las cuestiones de género, asuntos todos que estuvieron matizados por un sarcástico sentido crítico. ¿Cuánta gente no quedó boquiabierta ante su escena de masturbación hace algunos años? Otras sensaciones encontradas se desataron con su versión de un travesti de fin de siglo; asimismo causaron impacto aquellas donde aparecía autorretratado en actitudes de autoagresión. Con su propuesta ha reivindicado la pintura gracias a un astuto balance de figuras y tendencias artísticas que al mixturarse nos causan inquietud. Recorre la vanguardia artística cubana, la neovanguardia, la neofiguración, el informalismo, el neoconceptualismo, y va descubriendo en las formas malas las claves para hacernos cómplices de su irreverencia. No es Elvis alguien que mira por encima del hombro, o quien está de regreso de todo, ni siquiera un posible manipulador que propone una tesis y vive otra, él es por sobre todas las cosas uno más que necesita reírse de sus propias angustias.

¿Qué pretende ahora con su Toque de queda? ¿En realidad aspira a que quedemos inertes como es usual cuando se establece este estado de cosas? o ¿es que inserta con su enunciado una reflexión para que nos cuestionemos el por qué de la inercia de las sociedades actuales? Situaciones cotidianas como cortarse el cabello, buscar el sustento diario, recolocar las torres de electricidad derribadas por lo ciclones, se convierten en manos de Elvis en un sinfín de capas de sentido. Elvis no tiene paz con nadie, ni siquiera consigo mismo. Es la irreverencia personificada, sin entrar aún en un análisis formal que apunta a la desvirtuación de ciertos presupuestos artísticos del pasado siglo. Los ecos del realismo socialista llegaron hasta Cuba e hicieron sus mellas y al autor le sirven de pretexto para revocar estos excesos y convertirlos en gancho dentro de sus telas. ¿Cómo si no podremos desentrañar una escena con tantos niveles de lectura y sensoriedad como es el caso de la captura de la claria? Muchas veces el mundo occidental palabrea demasiado pero actúa débilmente. De ahí que tome como rehén a este animal para comentar sobre los equívocos en el orden ecológico.

La sirena que pretende establecer el artista sin consentimiento de nadie; ¿responderá a la anarquía? Estas y muchas otras interrogantes vienen a la mente cuando se analiza a fondo la propuesta. En Soluciones muy profundas por ejemplo, la reflexión anida en la trágica secuela de los ciclones Ike y Gustav en suelo cubano. La posible epicidad del trabajo de los linieros se desmorona a través de esta obra. Desde el retruécano establecido a partir de titulares de noticias reales divulgadas en nuestros medios, hasta las veladuras logradas en la pieza, todos los recursos están en función de establecer una versión desalmidonada de un asunto de vida o muerte. Y no es que Céllez apunte superficialmente al tema, es que con Problemas en ascenso o descenso ningún artista puede hacer mucho más que reírse de sus tribulaciones. Esta obra particularmente, me recuerda los rejuegos de un Francis Alÿs, quien nos tiene acostumbrados a tocar, entre otras cuestiones, tópicos relativos a la identidad del individuo contemporáneo, mediante el uso reiterativo de versiones de un mismo asunto. En ella somos cómplices una vez más de la ironía de Elvis.

Según el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox, toque de queda son horas de la tarde o la noche en que a la población civil le queda prohibida la libre circulación por las calles y debe guarecerse en sus casas. En Cuba no está establecida esta emergencia, entonces, ¿qué pretende el autor con su llamado de atención? ¿Hablar sobre los problemas raciales, las diferencias de clases o status, las dificultades con la alimentación del cubano medio, o los desórdenes sociales? Quizá intenta hacer un alto en el camino para hacernos reflexionar si realmente «Somos o no somos».

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Heidi García

Fuego amigo

Por Suset Sánchez

Estamos en guerra, todos contra todos, todos contra uno, y viceversa. Estamos en guerra, uno contra uno, uno contra sí mismo, uno contra nada. Nos hemos acostumbrado a observar, casi con indiferencia, imágenes de una crudeza que deviene obscena, imágenes a través de las cuales se narra que vivimos en una “realidad” dura, conflictiva, injusta. Pero la mayor parte de las veces, esa brutalidad y sus efectos apenas nos tocan de cerca, constituyen un relato sobre un lugar muy, muy, muy lejano. Incluso, cuando lo que vemos posee una apariencia demasiado escandalosa para nuestra sensibilidad, giramos la cabeza, miramos hacia otro lado o entrecerramos los ojos en un intento de distorsionar la imagen, de borrar su definición. Un refrán dice: “ojos que no ven, corazón que no siente”. No obstante, estamos en guerra, seguimos en guerra, vivimos perennemente en guerra. Ese es el paisaje de nuestra hiperrealidad.

Heidi García reconoce que habita este mundo de apariencias y manipulación, por ello su investigación artística le conduce a la construcción de objetos que son iguales de tramposos, cuya envoltura esteticista deviene una coartada para la metáfora cínica, les convierte en artefactos ilusionantes: la belleza porta el signo del desencanto. Desde sus primeros trabajos, cuando pertenecía al Departamento de Intervenciones Públicas (DIP) en el Instituto Superior de Arte (ISA), en La Habana, su poética se ha situado en ese margen difuso, incómodo o complejo que constituye la intersección entre lo público y lo privado. De ello dan cuenta propuestas como El Diario (La Habana, 2002) -la edición y puesta en circulación en la esfera pública de un periódico realizado a partir del contenido del diario íntimo de la artista- o Baño público (8va Bienal de La Habana, 2003) –la construcción y puesta en funcionamiento en la  calle, durante los carnavales de La Habana, de un baño portátil cuyas paredes exteriores eran espejos que reflejaban el paisaje urbano; mientras el interior transparente daba al usuario una sensación de exhibición pública de su propio cuerpo durante un acto en esencia privado-. Más recientemente, la serie Analogías cotidianas (2007), que activa la capacidad significante de cosas domésticas -unas maquinillas de afeitar que recrean posturas sexuales, unas lámparas convertidas en pendientes, etc.-, mostraría el interés de la creadora por la producción de formas y objetos de marcada simplicidad que posicionan sus fotografías e instalaciones escultóricas en un registro conceptual ambivalente. Aquí la paradoja emerge de la tensión de fuerzas opuestas entre apariencia y significado: «…en la seducción es de alguna manera lo manifiesto, el discurso en lo que tiene de más «superficial», lo que se vuelve contra el imperativo profundo (consciente o inconsciente) para anularlo y substituirlo por el encanto y la trampa de las apariencias. Apariencias en absoluto frívolas, sino lugar de un juego y de un estar en juego, de una pasión de desviar –seducir los mismos signos es más importante que la emergencia de cualquier verdad- que la interpretación desdeña y destruye con su búsqueda de un sentido oculto…» (1)

Somos nuestros propios enemigos, nos enfrentamos a nosotros mismos, producimos la imagen de nuestra ilusión cuando tratamos de recomponer nuestra unidad frente a un espejo. No nos conocemos ni a nosotros mismos, habitamos fragmentados, caóticos. Cada instante constituye un potencial estallido, la ruptura de una unidad que es apenas una quimera especular. A cada momento hay que recomponer el puzzle de una identidad que nunca ha existido. Entonces, sin arrepentimiento ni falsos moralismos, entendemos que somos nosotros mismos el enemigo, nuestro enemigo. Reflejos (2012) nos sitúa en la línea de fuego, a la espera del impacto. Fuego amigo.

Wartimes (2012) es, una reflexión sobre la soterrada latencia de la tragedia y nuestra potencial complicidad. Quién puede elegir, cómo y cuándo. Tres relojes. En cada uno de ellos se ha sustituido la arena por un elemento diferente, cada uno separado, inocuos en su aislamiento de cristal. Nitrato de potasio, azufre y carbón, los componentes químicos de la pólvora. Habitamos un mundo colonizado bajo el monopolio del terror, como explica Noam Chomski, éste es “el arma de los ricos” (2), la mejor estrategia del neoliberalismo.


1. Baudrillard, Jean. De la seducción. Cátedra, Madrid, 2000, p. 55.
2. Véase Chomski, Noam. El terror como política exterior de Estados Unidos. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2005.

Fragmentos del texto Fuego Amigo de Suset Sánchez, para la nota de prensa de la exposición personal de Heidi García Alto al Fuego en la raymaluzArtgallery.

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Mari Claudia García

La debilidad y la fuerza

Por Magaly Espinosa

La vida humana se comporta en pares excluyentes que son a su vez complementarios, quizás por eso la lógica de Hegel acompañó al pensamiento moderno y parece resurgir en el presente, a pesar de las discontinuidades que tocan cada día la existencia.

Mari Claudia García es una artista que se desplaza entre la fragilidad y la fuerza, eso se aprecia en el conjunto de su obra. Como ocurre con todos los opuestos, parecen ser cualidades que no pueden compartir un mismo cuerpo un gesto, o un destino, quizás valga recordar que por esos misterios de la creación, ellas fueron el centro de interés de uno de los grandes filmes de Andrei Tarkovski: Stalker.

Los objetos casi escultóricos recreados en la obra de Mari Claudia parten de su aspiración, como expresa, de apartarse de cualquier postura complaciente, y con ese propósito desde una estética mínimal, poner en interacción diferentes niveles de significado que convierten a objetos intrascendentes en poderosas metáforas muy ligadas al imaginario social.

Un objeto es conocido por su apariencia y su nombre, cambiar uno u otro, combinarlos o alterarlos, son recursos muy utilizados para concentrar contenidos y decir casi murmurando duras verdades que no se quieren escuchar. Esa estética es la forma frágil de la fuerza, y es un camino que con holgorios sigue recorriendo el arte cubano.

Las piezas que componen la serie Del consumo a la comunicación y viceversa se identifican por esa combinación de fragilidad y fuerza a través de diferentes niveles de significado. Tomemos, por ejemplo, la titulada Una llave que abre cualquier puerta es buena, pero una puerta que se abre con cualquier llave es mala, que consiste en un manojo de llaves iguales, pero solo una tiene inscrito el texto Happiness. El objeto mantiene intacto su aspecto e incluso se vislumbra en esa dirección su función utilitaria. La llave sigue siendo lo que su nombre designa, pero solo una nos lleva al principal destino de nuestra vida. Cada decisión que tomamos, el conjunto de nuestras acciones van en esa dirección, y la artista parece decirnos que llegar a ella requiere abrir muchas puertas que no siempre son las que conducen al deseado bien.

Los diferentes niveles de sentido en la obra le sirven para distribuir el mensaje, una mezcla de reflexión filosófica y sabiduría popular. Así entre texto, objeto físico y título, se establece un equilibrio que condensa significados no agotados en la presencia física del objeto.

En esa misma dirección la obra Objeto utilizado para coaccionar durante…, muestra una inscripción que se divide en dos objetos que presentan la forma de una manopla. El mismo versa: “Una voz clara no puede competir con una fuerte” El espectador sagaz percibe que la artista le está tendiendo una trampa, pues la lógica de una máxima siempre va en dirección a reafirmar los valores morales, aunque parece no ocurrir así con la que se nos presenta. La frase originaria proviene del pensador chino Confucio, que expresa: “Una voz fuerte no puede competir con una voz clara, aunque sea un simple murmullo”. Mari Claudia al alterarla la pone en sintonía con lo que la manopla significa, la fuerza física confirmada por la razón, pues el objeto carga consigo una frase que desvía cualquier ilusión de ser escuchado. La voz ha sido silenciada desde su misma posibilidad física. Se ha representado una escena de la victoria del poder sobre la sabiduría y entonces entran en juego tantos sentidos, entre ellos uno demostrado muchas veces: cómo puede ser aplastada la segunda por el primero, y a su pesar, esto no signifique un triunfo de la fuerza, sino una evidencia de su debilidad. (…)

Mari Claudia ha logrado cohesionar su creación desde un conjunto de procedimientos constructivos que utiliza de manera sistemática. Su poética no tiene la intención de restituir la obra aureática, sino destacar un juego semántico que conecta objetos en la tradición del ready made, con significados que complementan o pone en crisis el sentido del objeto.

Una de las observaciones personales de la artista gira en torno a que el contexto cubano no produce imágenes, sino sobre todo textos. Esta afirmación podría ser objeto de una larga reflexión, que ella deja a nuestra consideración, pero indiscutiblemente, en el nuevo arte cubano el texto es una presencia constante, un recurso continuo y un destino privilegiado de metáforas.

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Emilio Nicolás Sánchez

Cosas que pasan

Por Lizet Fraga Mena

Para algunos artistas, el contacto directo con ciertas producciones del arte contemporáneo puede generar un impacto catalizador de nuevas experimentaciones creativas. Cuando en el año 2011 Emilio Nicolás Sánchez viajó a Alemania no imaginaba que sería directamente “tocado” por los pintores expresionistas de comienzos del siglo XX.

Y es que ese movimiento cultural, que se expandió a numerosas manifestaciones que trascendieron la plástica, ha sido uno de los más recurridos desde la pasada centuria, toda vez que su propio desarrollo ideo-estético y formal se encuentra profundamente relacionado con los valores en crisis de la sociedad moderna. De forma tal, que las iniciales y diversas actitudes expresadas en artistas que formaron parte de “El Puente” o “El Jinete Azul”, trascendieron a los informalistas americanos de los 60´s y a otros tantos que se acogieron a la libertad expresiva que les ofrecía esta nueva manera de pintar.

En su paso de la figuración al expresionismo abstracto Emilio ha ido progresivamente despojándose de la paleta neutral que reiteraba en series anteriores como “Los milagros no existen”. Las piezas que suceden a ésta incorporan un color atrevido y contaminado que llega a ser, por atisbos, agresivo. Así, se instituye en el medio pictórico predominante, en la vía para reflejar estados anímicos, sentimientos, contrastes interiores.

Su intencionalidad de utilizarlo como recurso de oposición queda explicitada en “Quiero ser feliz”. En esta obra, el rojo vibrante contrasta con la apreciable amargura de un personaje que, desde su deformación y solución pictórica a través de una pincelada inacabada y nerviosa, muestra una visible soledad e incomunicación desde la que pugna por su felicidad.

Como en el resto de las piezas que componen esta nueva etapa pictórica, el cuadro ha sido recompuesto una y otra vez, capa sobre capa, en las que la gestualidad desenfadada y las áreas resueltas con trazos sueltos y dispersos o el empleo de la técnica de chorreado, generan la sensación de obra inconclusa sobre la cual el artista pudiera en algún momento volver a accionar.

Este recurso que también nos remite al Bad Painting, provoca una tensión visual y una cierta inquietud interior en tanto se pierde totalmente la composición realista y tradicional y se sugiere, de trasfondo, el contorno de algunas figuras que no resultan para nada reconocibles. Contraste que se acrecienta ante la personalidad calmada y reflexiva del autor.

El empleo de los títulos como parte del cuerpo de la obra conduce, de algún modo la lectura de la misma, pero también constituye un recurso adicional al ofrecer este grafismo una incuestionable manifestación de libertad, de desdeño hacia el soporte pictórico que es sobrescrito con la palabra de igual modo que con el acrílico. Adicionalmente, estos títulos sugieren problemáticas de corte intimista y atañen a preocupaciones del propio artista en su relación con los mecanismos comerciales y las estructuras artísticas tales son los casos de “La fama ciega” y “ ¿Quién me compra?”, obras que formarán parte de la próxima edición de la Bienal de La Habana.

Obviamente, el camino es aún de búsqueda de una identidad formal dentro de los elementos generales del expresionismo, de un acomodo a las intenciones y las necesidades de ruptura con una visualidad anterior que el artista confiesa en estos momentos agotada. Se trata del reencuentro con la historia del arte y sus mejores hijos, de esas cosas que pasan, afortunadamente, para quedarse.

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Lester Álvarez

Una pintura difícil

Por Giobedys Ocaña Coello

Lejos de toda intención descriptiva me pongo a años luz del ejercicio de la crítica para presentarles un amigo. Las miradas advertidas lo sabrán observar. Él sabe que con erguirse y ponerse en la otra esquina de la multitud se regala su propia condena. Se viste entonces con la querida prudencia y decide andar.

Lester pinta. Toda la tradición simbólica que lo asiste de una manera inmediata cuenta, respeta lo histórico. Los valores culturales que se le han otorgado del pasado lo vigilan. Tal vez por eso la parquedad en muchas de sus propuestas, donde nos regala una austeridad que rosa con lo aristocrático. Advierte en la parcialidad una verdad del mundo, en las distinciones personales, en el “tú pa´ya y yo pa´ca”, en el combate entre ángeles y demonios, en las lides eternas entre Caín y Abel, en las castas. Y es así que se repliega con los suyos. Pienso a Lester perteneciente a una generación de pintores difíciles (una generación histórica, no circunstancial). Hacedores que se han confinado de lo inmediato pero nunca de sí mismos, y se han puesto al margen a ver cómo todo pasa; generación que abarca todas las edades culturales, estilos y formas.

Las obras de Lester pueden nacer motivadas de la robusta literatura de Dostoievski, del vigor formal de Richard Serra, de la creatividad de On Kawara, de la austeridad del cine de Robert Bresson, de la defendida distancia de Regino Eladio Boti, de la mística de Eliseo Diego, del impecable proceder de su compañero de estudio Roger Toledo, de su amigo el poeta persa Ismail Almanzur. Él vacila con la cultura como quien tiene un diván en el cual se siente muy cómodo y privilegiado. Todo lo que la civilización ha enarbolado, y lo que no aún, le pertenece.

Estos tiempos licenciosos, gritones a los oídos, seductores, llenos de luces y efectos especiales, parecen no enfermarlo con la distracción. Temas serios le ocupan y por eso aplaude el rigor. Ver una pintura de Lester es tal vez, mirar una observancia, una comprensión del mandato de un dios que desconfía de las formas y condesciende con la mentira de las imágenes. Situación que lo pone en apuro ante las urgencias del mercado que demanda iconografías seductoras, propias del reino de la visualidad. Piensa en los ciegos. Y quiere amilagrarlos videntes al anunciarles lo inconmensurable de Dios.

Lester no es un maldito. Defiende el márquetin de altura al sospechar del ‘’vamos que llegó la belleza’’ de los estetas al pregonar. No es mercenario y quiero que sean más afirmadas sus castalias maneras. ¡Cuantas pinceladas saturadas de contención! Muchas iras escondidas traducidas en color, pigmentos dispuestos con orden sin vestigios del caos que le circunda. ¿De dónde viene ese saber esperar? ¿Por qué añora la obstinada manía, tal vez necesaria, del perdurar del arte antiguo, si lo que se hace ahora es tan inmediato y contestón? Pienso que no cuenta en él una fisiología agotada productora de tal arte. Soporta y se entiende con los clásicos y aun marcha ligero de equipaje. Un obedecer hebraico parece acompañarle junto a conscientes pasiones ocultas, y entonces la necesidad del recato ante las contingencias del peligro. La obra Encarnación no desmiente. Un silencio se esboza en esas ociosas maneras, lo mismo se puede advertir en el resto de la serie donde es el color blanco el único empleado. Su propuesta Subida al Monte Carmelo es una peregrinación. Cada pincelada un pensamiento, una respiración, un enfrentamiento con lo que es, sin más. Descubrir razones meditativas en ciertas tradiciones religiosas para valer así su acto pictórico, como otros encantos de la cultura universal, no lo enajenan de sí mismo. Sabe comportarse ante tanta informalidad pausadamente, con mesura, para así, arreglar sus cuentas.

Bueno, cada loco con su tema, y este se siente muy confiado ante los escrutinios del analista.

Gracias.

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Maykel Linares

La pintura como “boomerang”

Por Magaly Espinosa

La pintura es un arte tan potente, que a pesar de compartir su puesto de honor dentro de las artes visuales con los “Nuevos comportamientos artísticos”, se las ingenia para resurgir en la mayoría de los intentos de novedad de la imagen. Quizás esta circunstancia se resume en la posibilidad que brinda de ser percibida de otra manera. Como diría la crítica y curadora Lupe Álvarez: “está en vilo”. Se expande a través de procedimientos que manipulan los diferentes soportes y las técnicas convirtiéndose en un dispositivo visual que subyace en el imaginario contemporáneo.

La representación se desvanece, en un sentido ante la matriz de sensaciones y en otro, la propuesta de Duchamp que asume al objeto tal cual es, confiándole la función de representarse a sí mismo. La línea analítica del arte comparte su escenario con los ajustes de la representación y entonces podemos ver la pintura actual como un efecto “boomerang”. Regresa al punto de partida pero en el camino de ida y vuelta, ya se ha convertido en otra cosa.

En la obra pictórica de Maykel Linares sentimos ese retorno, siendo quizás el origen de la magia particular que poseen sus piezas, pues los límites propios del orden moderno se han esfumado y el espectador solo se puede aferrar a un presente reciclado o apropiado, como parte consustancial de todo lo que percibimos del entorno y sus modos culturales de articularse. El artista aprovecha esta posibilidad para armar su propio relato, dejando, como él señala, que sea el espectador el que haga la historia. Las imágenes no se detienen, quedan suspendidas al contraponer los planos, situando en un mismo espacio elementos que tienen diferentes procedencias. El artista capta un detalle subliminal e imperceptible, como sucede en la fotografía y con él nos cuenta historias fragmentadas, que apuntan a breves instantes.

En ciertos casos, la presencia en el cuadro de algo que ya hemos visto, sentido o vivido, infiere que no hay tiempo, lugar, suceso o narración puros, pues se les percibe al unísono, pero solo como instantes o fragmentos surreales, interrumpidos por el capricho de una mancha o una pincelada.

Si nos fijamos en los recursos formales que más utiliza en la construcción de sus relatos: el “dripping”, los elementos cromáticos, la presencia de las sombras, el manchado, la exposición a la luz, los rasgos expresionistas o la perspectiva aérea y sobre todo, las vías tomadas para relacionarlos, entonces entenderemos porque espoderosa la impresión que nos deja, al situarnos frente a una creación bien resuelta en el plano formal e incitadora en sus contenidos. (…)

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Glauber Ballestero

El universo apócrifo del Appaloosa

Por Chrislie Pérez

Una de las características identitarias de la postmodernidad es la hibridación. En el campo artístico esta se muestra, como una de sus posibles variantes, en la combinación de las manifestaciones. La obra de Glauber Ballestero es un caso particular, debido a que en su método de trabajo la obra no es un objeto único, sino que está conformada por un conjunto donde el sentido va estar dado a partir de la relación de cada una de las partes con el público pero, a su vez, por el vínculo de ellas entre sí. Con esto propone una concepción no tradicional del objeto de arte. En su caso es tan importante el resultado como el proceso por el cual transitan. Sin embargo, la obra de Glauber pudiera ser calificada, aunque en realidad soy enemiga de las nomenclaturas, como fotografía de acción. La historia que acompaña cada pieza es tan importante a la hora de la percepción como el resultado, objetivado en cualquiera de las manifestaciones, lo que le concede a sus trabajos un carácter dual de estatismo y movilidad. Este modus operandi es usado como base constructiva para una forma no tradicional de hacer la fotografía.

La construcción de sentido a través de una aparente antonomasia y los vínculos entre realidad y entelequia, serán tópicos a tener en cuenta dentro de su universo creativo. Echa mano del blanco como recurso estético porque el blanco es antagónico per se, sumatoria de todos los colores y a la vez vacío; muerte y renacimiento. Es eso precisamente lo que le interesa, no decir diciendo, ejemplificar con sus obras el carácter dual y no absoluto de los procesos y todos estos postulados se sintetizan en un momento culminante denominado Appaloosa. Independientemente de la manifestación que se trabaje, Appaloosa devendrá constante y su característica fundamental será el blanqueamiento de las imágenes. Una primera ojeada a las piezas hace que aparenten un halo de frialdad, de enajenación. Adjetivos como “apolíticas” -y digo apolítica en el sentido de no tomar partido-, y descomprometidas pudieran resultar de esa primera impresión. No obstante, se descubren discursos que versan sobre diferentes asuntos de la realidad. Una de las problemáticas que pudiera desentramarse de esta madeja sería el asunto del flujo informativo del mundo contemporáneo. En un sistema en el que la generación de la información ha sobrepasado los límites de las posibilidades de aprehensión, diciéndolo rápido y mal, hay más oferta que demanda, estos procesos de asimilación de los conocimientos resultan ser siempre fragmentados y convulsos. La propensión a la manipulación atendiendo a los intereses hegemónicos hace que se comience a dudar de los conceptos de veracidad e invención. Es sintomático el propio proceso por el que pasan las fotografías para lograr ese estado de blanqueamiento final. Sin dudas, la imagen se convierte en una instancia mutable que pasa desde el original, que deja de ser lo que fue, para convertirse en una nueva realidad. La información, durante el proceso de construcción de las piezas se transforma y termina diluyéndose.

Igualmente pudiera pensarse que esta tendencia al blanco está asociada a un interés por los temas raciales. Aunque raras veces incorpora la figura humana, en algunos de sus trabajos aparecen fotografiados individuos de raza blanca. Es una manera diferente de abordar el tema que hasta ahora se había ocupado del negro.

Sus entornos son fundamentalmente paisajes urbanos desiertos. Vemos con insistencia la presencia de la arquitectura, convertida en sueño recurrente del que solo puede librarse a través de la representación. La deshumanización de las imágenes es metáfora de la despersonalización del mundo contemporáneo. Esta cosificación del ser humano es consecuencia de las leyes instauradas por la sociedad de consumo, o incluso la perenne necesidad de definir la existencia de un yo, pero sobre todo, de un otro, que conlleva a la anulación de ambos. (…)

La obra de Glauber, en pocas palabras podría definirse como una obra del “sí pero no”. El blanqueamiento de las imágenes, las historias que las acompañan, la tendencia a lo dual, la utilización de conceptos opuestos, son las características de ese estadío final, ese lugar dantescamente cuasi paradisíaco denominado Appaloosa, donde realidad y ficción se convierten en identitarios. Appaloosa es entonces, el sitio donde las cosas terminan siendo todo y nada al mismo tiempo.

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Elisabet Cerviño

El milagro de la sutileza

Por Chrislie Pérez

La obra de Elizabet Cerviño asume determinados aspectos procedentes del sistema de pensamiento asiático. Pudiéramos determinar cuatro elementos que aparecen como constantes dentro de su producción artística: la relevancia que le adjudica a la sutileza; la presencia de la naturaleza; o más específicamente del paisaje; el vacío como concepto y la síntesis.

La práctica artística, vista como el ciclo que se abre con la creación de la obra y termina con la recepción de esta por el espectador, es asumida desde un punto de vista espiritual y contemplativo. Le concede vital importancia a la experiencia sensorial. Es por eso que sus obras no representan, sino que se basan en la insinuación, de modo que la comunicación que establecen con el espectador es más bien de carácter místico y en este sentido la pieza roza lo religioso. Esta insinuación es obtenida a través de un proceso de síntesis de los postulados constitutivos de la pintura. En Color roto, deconstruye cromáticamente determinados paisajes. El resultado es una abstracción formal y conceptual, aunque no en su sentido más estricto, en la que se (re)crea la imagen original a través de un proceso de síntesis. Las formas existen en tanto tal como resultado del proceso de percepción del espectador, que construye las imágenes siguiendo las mismas leyes de un niño que mira las nubes. El aparente carácter anodino es reafirmado por el título, porque no pretende captar la grandilocuencia de la naturaleza como ha sucedido dentro del género paisaje a lo largo de la historia. Se detiene, como ocurre dentro del pensamiento oriental, en esos aspectos sutiles a los que se llega solo a través de la contemplación. La naturaleza es considerada entidad primigenia y posee un carácter aurático. Independientemente de hacerse presente solo por la evocación, de una u otra forma, todas las piezas están vinculadas con lo natural. Descanso se vale del recurso de la emotividad y alude a un paisaje desértico. Aunque es un performance y desde un pensamiento occidental este debe implicar acción, esta pieza responde en mayor medida a las leyes pictóricas, porque Elizabet no hace otra cosa que yacer, cubierta completamente de polvo rojo, sobre una silla. Más que el hecho en sí mismo, la pieza se regodea en lo visual. Una acción que es contradictoria donde la representación es justamente la no representación.

Esta categoría se hace también manifiesta de manera más evidente en la pieza Trilogía de la niebla. Es una unidad en las que las partes son también el todo. Está conformada por tres piezas que funcionan únicamente en su relación con el resto, ninguna de ellas tiene un estatus de superioridad con respecto a las otras. En ellas utiliza la aguada blanca –un término que en lenguaje pictórico resulta erróneo- para crear una imagen que insiste sobre el hecho de que el acto de observar es diferente al de mirar. Sin embargo, la paradoja radica en que posee una actitud inversa a la que ha motivado siempre a la pintura, que ha sido la representación. Para Elizabet esta pieza viene a ser la representación de la nada o el vacío o la no representación. Esta no representación se obtiene después de una depuración extrema, si se tiene en cuenta que la figura está constituida por la parte del lienzo sin pigmento, o sea, la que está vacía. De modo que el vacío aparece como categoría filosófica y estética. El blanco es utilizado a la manera de negativo fotográfico, donde la figura, son los espacios sin pintar del lienzo. La apariencia formal resultante es la de una bruma donde resulta difícil reconocer las figuras, son imágenes sugeridas, pero cercanas a la de paisajes silueteados y una vez más se hace presente la naturaleza.

Elizabet es una creadora para la que el arte es eminentemente sensorial, emotivo y espiritual. Me atrevería a decir incluso que no hace pintura, performance o fotografía, sino más bien, poesía con imágenes.

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Aliosky García

Mirando el nervio de un volcán

Por Maykel Rodríguez de la Cruz

En el contexto del arte cubano contemporáneo se puede registrar el empleo de técnicas, materiales  y soportes que toman como base los “nuevos medios” en la producción gráfica más joven. Este fenómeno afecta por antonomasia a las generaciones más recientes de graduados de las escuelas profesionales de arte, del Instituto Superior de Arte y el Instituto de Diseño Industrial, cuya visualidad ha crecido bajo la influencia de los mass media, la expansión de la cibernética y las redes informáticas,  propiciando una relación donde la presencia de la tecnología en su quehacer cotidiano conlleva la integración de la impresión digital, la manipulación digital desde determinados software de la imagen gráfica, las impresiones de gigantografías publicitarias, (entre otras variaciones)… con las técnicas más “tradicionales” de la producción gráfica.

Ante este breve estado de cosas, acercarse a la producción de Aliosky García puede desconcertar, hacer tambalear la tesis anteriormente enunciada, dejando claro que la producción simbólica no es un territorio bien determinado, mucho menos estable. Aliosky García, a pesar de ser un ducho consumidor de la producción simbólica contemporánea en cualquiera de sus variantes, ha centrado su creación gráfica a partir de la exploración de técnicas tradicionales del grabado como la xilografía, litografía y el linóleo, principalmente. Esta elección implica una paradoja, pues apostar en pleno siglo XXI por el grabado más estricto como medio de realización  para abordar problemáticas contemporáneas pudiera considerarse una opción de contracorriente, posición a veces cuestionada como fundamentalista, quizás ¿una estrategia de prevalecer en circuitos donde el grabado en su forma “pura” adquiere un valor plus de arqueología?…

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Vladimir Llaguno

El despliegue de las imágenes

Por François Vallée

Fue en casa de Jorge Luis Marrero donde me encontré por primera vez con Vladimir de León Llaguno, el Vlado para los amigos, y recuerdo perfectamente lo que, por la misma época (2006), me dijo René Francisco respecto al efecto que producía en él su obra: “Las obras del Vlado me fascinan”. Esta fue, sin duda, la razón principal por la que quise conocer personalmente a este artista cuyo estudio-casa-cueva de El Platanito iba a volvérseme muy familiar. La imponente personalidad del Vlado, algunos aspectos eminentemente simpáticos de su carácter, su entusiasmo, su impetuosidad, su marginalidad, su excentricismo, su necesidad de ser comprendido, defendido, su apasionada elocuencia, su manera de explicarse frente a sus obras, de contar las innumerables vicisitudes de su vida, su evolución, sus ambiciones…todo esto hizo que pronto entrara en su familiaridad y la de su obra.

Dicha obra (surgida a principios de los años noventa con el dúo Nudo que marcó un hito histórico en las artes gráficas cubanas), prolífica y proteiforme, inclasificable e iconoclasta, es concebida bajo la forma de un gigantesco rizoma que se desarrolla en un principio de ecos, de derivas, de andamios. Procede por acumulaciones, hibridaciones, diluciones, cada obra suya es la etapa intermediaria y evolutiva de un ars combinatoria cuyo meollo está en la asociación de imágenes, en el funcionamiento analógico del pensamiento. Vladimir Llaguno aborda lo real con una inocencia de la mirada, con ojos abiertos de par en par sobre el espectáculo sublime de las cosas, redescubriendo la imagen más allá de todas las convenciones de lenguaje que el arte supo fijar en su evolución, elaborando un ensamblaje intuitivo de referencias culturales mixtas en el cual los contextos originales de imágenes y de estilos se van difuminando como lejanos recuerdos.

El Vlado opone a la tradición visionaria de la pintura su propia cultura visual, hecha de observaciones y de experiencias en los confines de la vida y del arte. Imágenes de su existencia, de sus sueños, de la historia del arte, del cine, de la televisión, de la publicidad, del design, de la ciencia, de la calle… pueblan sus pinturas, sus dibujos, sus collages, los cuales buscan una amplificación de la vida sensible dentro de un mundo material fragmentado, neutralizan y subvierten las convenciones narrativas transformándolas en acontecimientos visuales que insisten en la primacía de la mirada como fenómeno puramente mental cuya meta es despertar emociones y sublimar la vida. Su obra es la manifestación física de un pensamiento. El Vlado es alérgico a la idea de que las cosas puedan estar fijadas en un estilo, su obra es el lugar de la libertad perfecta, esta libertad que es el privilegio de los artistas auténticos, un ejercicio lúdico de resistencia a fin de ensanchar el ámbito del arte, no rebajarlo al estado de vulgar producto de consumo cultural y reflexionar sobre él a través de las imágenes y su evanescencia.

Lo que me gusta en su obra es su capacidad de cambio permanente y a la vez su homogeneidad, es esta manera de estar siempre abierta a la vida, de ser una metáfora de la vida y, al mismo tiempo, una estrategia contra sus limitaciones, de estar por encima de todo sin convertirse en la esclava de un sistema, de una idea o de un estilo. Lo que me atrae de su creación, además de su irresistible seducción, es su sinceridad. El Vlado es pintor por la calidad de su visión, por su aptitud para aprehender todas las oportunidades visuales –y consecuentemente también alucinatorias- que el mundo le brinda. Tal vez ésta sea la moraleja de la pintura del Vlado, ilustrada con una lucidez y un vigor inusuales: la imagen, antaño considerada como una respuesta, hoy no es sino una angustiante pregunta.

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Carlos Quintana

Diario de alucinaciones: escarbar en la realidad y hurgar entre fantasmas

Por Suset Sánchez

…alguien me saca de mi sueño. Medio dormido todavía veo parado frente a mí a un hombre que, como yo, también está desnudo. Me mira con ojos feroces. Veo en su mirada que me tiene por enemigo mortal. Pero esto no es lo que me causa mayor sorpresa, sino la búsqueda febril que el hombre acaba de emprender en espacio tan reducido. ¿Es que se dejó algo olvidado?

-¿Ha perdido algo? –le pregunto.

…-Busco un arma con que matarte.

-¿Matarme…? –la voz se me hiela en la garganta.

-Sí, me gustaría matarte. He entrado aquí por casualidad. Pero ya ves, no tengo un arma.

-Con las manos –le digo a pesar de mí, y miro con terror sus manos de hierro.

-No puedo matarte sino con un arma.

-Ya ves que no hay ninguna en esta celda.

-Salvas la vida –me dice con una risita protectora.

-Y también el sueño –le contesto.

Y empiezo a roncar plácidamente.

Virgilio Piñera. Una desnudez salvadora

Como los personajes de Virgilio Piñera, las obras de Carlos Quintana portan ese signo ambiguo que constituye el absurdo, la apariencia extrema de una narración basada en la descripción de las pasiones humanas. Su pintura se consuma en el acto de desvelar, una y otra vez, lo que esconde la subjetividad de alguien que experimenta perennemente el ansia incontenible de vivir el furor exaltado de su propia pasión. Justamente ese empaque visceral de las obras del artista, nos sitúa ante la duda sobre los límites, las fronteras donde termina la crónica de la realidad y comienza el territorio de lo onírico, ¿acaso diferentes?

Carlos Quintana suele construir imágenes de un tipo que pudiéramos denominar “incómodo”, visiones de una descarnada resistencia que no admite –y así lo declaran a gritos sus lienzos- convenciones y formalismos impuestos por la histórica coerción cultural. Sus obras transpiran ese rango de obscenidad que se halla en la transparencia de un discurso que ha dinamitado los márgenes que separaban al «hombre público» del «hombre privado». Él hace de lo supuestamente censurable, por pertenecer al espacio recóndito de la voluntad individual que no ha pactado con una dinámica democrática, un canto de sinceridad poética.

Obviamente, se trata de una obra que emerge del laberinto complejo de una autobiografía. Pero más allá de crear un relato grandilocuente sobre el sujeto, las imágenes de Quintana nos guían a los parajes de la deconstrucción de un imaginario. Sus composiciones existen a través del fragmento de motivos que pudieran provenir lo mismo de una conciencia popular colectiva, de la oralidad criolla, de los registros canónicos de la cultura occidental, del pensamiento oriental, de los anhelos persistentes, de las pulsiones sexuales…

En todo caso, a través de veladuras y empastes, en sus piezas deambulan los retratos de sus obsesiones, las visitaciones de los muertos que acompañan los rituales en la Regla de Ocha, un listado de ancestros que, cual árbol genealógico, son clasificados y muestran su estirpe guerrera en cazuelitas multiplicadas. Tal vez, es que en su pintura fija Carlos Quintana la memoria que se le quiere escapar, o realiza un exvoto para mejorar el diario bregar; con ello, él rememora y hace recordar. Las suyas son anécdotas mínimas que se confunden en la madeja de los grandes relatos de la Historia: una carabela surca sus telas para que no olvidemos cuándo comenzó la epopeya de las miradas diferentes.

A veces topamos con personajes solitarios, empecinadamente abstraídos, como sacados de un mundo fantasmagórico, provenientes de los sueños del autor. Entre trazos expresionistas y un poco de bad painting, se reconstruye la anatomía anárquica y deforme de espectros apenas esbozados, cuyas siluetas parecen flotar en el vacío. Ellos habitan el cuadro ajenos a todo, a la mirada impertinente y curiosa, extasiada y confundida del espectador. Residen en un espacio etéreo como ánimas que levitan, insomnes presencias que aún cuando ya no estemos frente a la obra, nos acompañarán varias horas encarnando la sombra de un enigma.

En muchas ocasiones, las composiciones devienen una representación psicodélica. Se agolpan y amontonan figuras, textos, vestigios de paisajes, un palimpsesto de imágenes que parece mostrar las bifurcaciones de un viaje más allá de la conciencia del individuo, hacia los terrenos vedados a los no iniciados en los misterios de una fe, de un credo. Como en un ajiaco reverberante, en esas pinturas se asoman cuerpos, rostros, máscaras, las huellas utópicas de un espacio arquitectónico relacionado con la obra del artista. Quintana dibuja, mancha, borra, el gesto remeda las disposiciones del pensamiento. A través de las figuras que salen de su mano, el creador exorciza el tiempo. Para él se han desmoronado las sintaxis de categorías como pasado, presente y futuro, pues al final existe la obra como espacio perenne en el que entra y sale, en el que sufre y goza, en el que yace, muere y resucita sin preámbulos ni rituales. Su obra es el alter ego envidiado, que se atreve a dialogar con lo institucionalmente prohibido por el habitus colectivo, que se regodea en la transparencia intrusa, moralmente inadecuada, siempre retadora, totalmente exhibicionista.

Sin embargo, pese a la bofetada descarada que recibe el espectador, resulta innegable la belleza de ese performance de crudeza y sinceridad, el lirismo sin pretensiones edulcorantes del carnaval de apariciones que se festeja en las obras de Carlos Quintana. Tal es así, que muchos podríamos descubrirnos en un intento de travestismo frente a los personajes de los lienzos de este artista. Porque ellos son atrevidos, incorrectos, deliciosamente pornográficos en su ostentación de un cuerpo originario que ha extraviado incluso el signo de la sexualidad como norma sociológica. Precisamente, quizás radique en ello el hecho de que resulte difícil observar en los personajes de Carlos Quintana el retrato tomado de la “realidad”. Rostros, actitudes, escenas y relaciones en la composición, parecen convertirse en las máximas de algunas fábulas antiguas referentes al sentido de lo humano, donde el hombre se interroga sin que lleguen las respuestas, donde los destinos no se han fijado puesto que se ha reconocido la existencia como tránsito.

Junto a las imágenes, bien elocuentes son las palabras en la obra de este artista. Los textos allí tienen el don de ser una clave potenciada de resistencia y subversión. Frases como “mira, estoy metiendo la mano en la candela”, o “esta es la patica por la que voy a empezar a comerte toda, amiga mía”, en su pletórica sencillez, exteriorizan el regodeo desacralizador de Carlos Quintana, el rebajamiento de una norma culterana constreñida cuando de expresar con libertad se trata. Humor y sentido lúdico sitúan a este creador ante las prerrogativas del lenguaje y la narración, haciendo de sus lienzos un reproductor de sonidos que provienen de la improvisación coloquial y la espontaneidad de la jerga en el contexto social.

Lo más interesante reside entonces en la pérdida de cualquier atadura axiológica, pues las acciones, intenciones o gestos recopilados, tanto de manera retadora como natural, son el simple testimonio de una transgresión sin pretensiones que nada tiene que ver con reivindicaciones o actos de inmolación utópicos. Incluso la capacidad dialógica con la que los textos convocan al otro –pudiera ser o no un espectador-, advirtiendo, contando, invitando, llamando la atención, en un sentido intimista, a voz queda, resumen una complicidad que nos hace partícipes de la sabiduría de alguien que sabe que estamos predestinados a interesarnos en ese diálogo. Y es que al coquetear con zonas de un imaginario sobre lo vetado, lo privado, lo oculto, lo que todos pensamos y pocos decimos, Carlos Quintana parece intuir ese poder que tienen sus lienzos sobre la mirada del otro al legitimar un canon de lo informal como signo de una comunicación realmente democrática.

Un alarido de dolor, un jadeo de placer, las huellas lacerantes de la memoria agónica de cualquier existencia -por humana, imperfectamente bella. El susurro de la locura, el silbido del aire ante la evasión, las ilusiones narcotizadas. El reflejo distorsionado de lo que creemos ser o imaginamos aparentar. De esas situaciones y de algunos misterios peculiares, está hecha la topografía de un paisaje personal que conduce a las entrañas de Carlos Quintana. Sólo tal vez, quién puede saberlo…

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Alejandro Campins

Campins en el paisaje

Por Flavio Garciandía

Aunque el resultado es equívocamente aleatorio, Campins pretende despojar a su obra de ambigüedades inútiles. Su pintura se encuentra muy plantada en esa zona imposible que está entre el romanticismo de Caspar Friedrich y el cinismo juguetón de Kippemberger.

La Pintura es el centro tautológico de su obra; como debería ser… digo yo.

La espontaneidad y la inspiración desatada (¡sí, la inspiración!), son el modus operandis de este artista. Y todo se resuelve con una efectividad formal y técnica… que eriza la piel.

En sus pronunciamientos Campins es más serio que una tumba. Su obra, afortunadamente, es como una carcajada encerrada en un ataúd de terciopelo rosa.

Campins pone en marcha un exotismo al revés, que funciona, aún con esa falsa melancolía (o gracias a ella quizás), como un afilado instrumento de investigación cultural y antropológica. Pero esas angustiosas nociones de identidad, pertenencia, desasosiego, dispersión existencial, escapan por un tubo. Y al final queda este muchacho pintando solo en su soledad…muy requetebién, por cierto.

Su trabajo merece ser reconocido, al menos ahora, académicamente, en toda su excelencia.
De las molestias del mercado, la crítica tonta y desinformada, los curadores prepotentes, nadie le podrá librar…

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Noel Morera

Delirium tremens

Por Carmen Pallarés

Las obras de Noel Morera son bravas. Desprenden una ajenidad al sometimiento que, en los tiempos que corren, resulta admirable. Noel Morera nos permite que en sus cuadros, dibujos, objetos, mueble-esculturas, grabados y montajes se instale esa educación –ese vasallaje- que tan recomendable resulta hoy día para acabar triunfando, no en el mundo del arte sino en el mundo de las galerías en general, tan temerosas desde un tiempo. Morera, con su exposición Delirium tremens, es capaz de provocar un grado considerable de embriaguez mediante el combinado de energía, libertad, deseo, riesgo, sorpresa, malestar, admiración, incomodidad y falta de represión que contienen sus obras.

Este pintor muestra, en cada obra, su voluntad de intensificación y su valor para pensar por sí mismo; cuenta desde luego, con la buena calidad de sus dibujos, de su pulso como grabador, de su dominio del color y de su capacidad escenográfica. Noel Morera se expone mucho, y en ese grado de exposición personal contagia, obliga y hasta violenta con su acritud, con su desinhibición, con su ironía, con su crítica, con su realismo sucio por otra parte tan fantástico. Lo que vemos, lo que queremos y lo que rechazamos lo percibimos inmediatamente con las velas al viento, solicitándonos con cierta impertinencia una revisión personal, mas mediante la inteligencia del instinto vital que mediante la razón, el discurso lógico o la doctrina.

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José Ángel Vincench

El peso de la palabra

Por J. A. Vincench

En Cuba las palabras pesan mucho, se les teme tanto como a una imagen, una palabra puede pesar en tu libertad de expresión y libertad física.

El proyecto El peso de la palabra explora el peso del concepto Disidente y Destierro en la Sociedad y el Arte. En disidente, desde la serie Compromiso o Ficción de la Pintura, emplazando la pintura ante la interrogante de comprometerse o no con su realidad histórica y con destierro me interesa la relación del concepto con el ser humano, provocando el pensamiento del espectador a través del objeto y el material con el que realizo las obras, por ejemplo: el peso en 10 kg de tierra que te podrías llevar en tu equipaje de mano, realizadas en bolsas de tafeta negra, el peso subjetivo de lo que tú te llevarías, realizadas en papel cartucho (craft), el peso de la bandera, la patria, la historia de Cuba, la tierra de Cuba, la historia de tu vida.

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Alberto Lago

Soñar no cuesta nada

Por Alberto Lago

Ser pintor en estos tiempos más que un oficio (además), implica una actitud ante el mundo y ante la vida. Personalmente, advierto en las cosas que determinan mi desempeño social cómo individuo corriente, una gran violencia, pero el descontento es peor aún cuando comprendo que ese fenómeno no tiene ningún tipo de solución posible, ni siquiera, desde el arte. Creo que representar, cuestionar o comentar un suceso que pertenece a una estructura creada por un reducido grupo social, que específicamente afecta a otro, para mí no construye sentido, puesto que no puedo cambiar las cosas que definen el mundo desde esta posición , porque esta estructura tiene vida propia y el propio hombre, que fue quien le dio origen, es incapaz de darle fin. Sin embargo, a través del arte soy capaz de sentir y vivir desde lo individual, concentrado fundamentalmente en la búsqueda del amor, el placer o la felicidad. Por eso mi obra es un reflejo de toda esta evasión producida a partir de mis experiencias personales transformadas en imágenes que van en busca de belleza y armonía.

A lo largo de este proceso pictórico me he dado cuenta de la diversidad y la extensión de este medio, y he ido aclarando la manera de pensarlo siguiendo motivaciones que se convirtieron en bases conceptuales definitivas, las que se originaron en un contexto determinado, dónde la producción artística me resultaba un tanto homogénea.

Una de las cuestiones que considero importantes en este sentido es el hecho de que empezara a preocuparme cómo se podía manifestar en pintura más que una imagen directa de una actitud o un hecho determinado su sensorialidad, su esencia, su dimensión espiritual; porque en esta dimensión existen códigos de comunicación que me interesan y que me permiten pensar en cómo resolver los elementos del cuadro, es decir el color, las formas, la composición o las pinceladas, estas cosas son herramientas importantes y todas comunican una idea general de la esencia de esta pintura.

La manera en que están pintados los cuadros responden a un método en el que es imprescindible mantener una dinámica de variaciones que van desde el detalle más elaborado hasta el brochazo más azaroso. […]

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Alfredo Sarabia

Entonces, el que tiene oídos para oír, vea

Por Julia Portela Ponce de León

Parábola es el nombre dado por los retóricos griegos a una ilustración literaria cuya verosimilitud se realiza estableciendo un vínculo entre la ficción narrada y la realidad a la que remite. Alude a un suceso del que se colige, ya sea por comparación o por analogía, una verdad o una enseñanza moral.

La parábola de Sarabia propone emprender diálogos diversos, como simientes que generan senderos heterogéneos de ideas. Cada imagen de Martí que descubre es un episodio vital diferente, cada fragmento va amplificando nuestra percepción. Este ensayo visual nos invita a compartir su fábula fundada a partir de un viaje que realiza por todo el país, captando con su cámara bustos de Martí, que aparecen a su paso. La lectura de un trasfondo bíblico en diversos textos martianos le permite establecer la relación con la Parábola del Sembrador y la imagen de Martí. Los bustos, como emblemas de su pensamiento, devienen semillas diseminadas a lo largo de la isla.

Tomar un recurso literario como la parábola, potencia no sólo el contenido visual, sino, que nos plantea una reflexión, que actúa sobre el receptor desde su relación visceral con el arte, desde los preceptos cristianos que profesa. Su propuesta defiende la idea viva que tiene de Martí. El recorrido activa los conceptos que posee, se niega a creerlo de manera detenida, su propio andar dinamiza la representación de la imagen.

El encuentro es un evento único e irrepetible. No cambia, no altera, no manipula la imagen encontrada, prevalece la espontaneidad de lo instantáneo en cada fotografía. El gesto del artista descarta la fosilización y enaltece su sentido, retenido en el material que la contiene, agredido a veces por el tiempo o por circunstancias disímiles donde están enclavadas.

En su camino halla muchos Martí, uno y otro busto sólo son quizás reflejos de otros muchos rostros vitales del apóstol donde el artista establece relaciones múltiples, insospechadas. Cuando el suceso ocurre, él refiere las coordenadas de tiempo y lugar donde se produce el encantamiento. No es el busto en sí mismo el objetivo final de su recorrido, es la relación que instaura con ellos, por eso los registra como experiencia trascendente.

La recurrencia de pensar a Martí como Apóstol, le confiere un sentido de elegido o un enviado de Cristo. El color blanco le corresponde a los apóstoles como insignia de la pureza y claridad. Así es asumido el blanco en estas fotografías, mientras el negro encumbra la imagen. Las 28 piezas que componen la muestra dialogan desde esta perspectiva.

Cada parábola contiene un mensaje esencial. Alfredo, como buen sembrador advierte la lección: le interesa la semilla, la que engendra lo mejor de cada uno de nosotros, la misma que mantiene la enseñanza martiana en la contemporaneidad. Esta es la lección que nos ofrece. A usted le quedará encontrar el espacio para repasarlas y reconocerse en ellas.

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Ezequiel Suárez

El Delirium Ludens de Ezequiel

Por François Vallée

El arte de Ezequiel Suárez constituye una bocanada de aire fresco, un pied de nez, una burla a costa de la cultura seria, una oposición radical al arte establecido, un rechazo a cualquier forma de arte virtuoso, técnico, profesional. Ezequiel es un defensor del arte como entretenimiento, como distracción, como juego, como experimento, como laboratorio. Todo le sirve para hacer arte, su ámbito de acción es muy amplio: happenings, performances, videos, fotografías, pinturas, dibujos, escritura, creación de objetos, de libros… Con esta interrelación entre los campos artísticos cuestiona el papel del artista, el estatuto de la obra de arte y el arte como institución. Su concepción del arte consiste en agotar y superar todas sus posibilidades, su estatuto representativo con una actitud antiartística. Su obra es un campo conceptual que, en esencia, escapa a las definiciones y reducciones. Se trata de una experiencia y de un estado de espíritu.

Maïakovsky, Malevich, Tzara, Jarry, Schwitters, Duchamp, Cage, Maciunas… son sus allegados, sus aliados sustanciales y todo su quehacer artístico es un intento de respuesta a la pregunta fundamental de Duchamp: “¿Se pueden hacer obras de arte que no sean de arte?”. Su obra no constituye una ruptura sino una transición entre las vanguardias históricas y las prácticas del arte contemporáneo. Ezequiel basa su trabajo en una estética de la negación, la negación de los códigos estéticos y culturales de las supuestas élites. El arte para Ezequiel constituye la materialización de divagaciones mentales totalmente opuestas a la lógica, al utilitarismo, es un juego gratuito del espíritu que sacude nuestra mirada, nuestros sentimientos influenciados y condicionados por la tradición y la cultura (Dubuffet ronda por ahí). De ahí que recurra sistemáticamente al humor, a la ironía, al absurdo y destruya con ellos los “cajones del cerebro” a fin de restablecer con Tzara “…la rueda fecunda de un circo universal en las potencias reales y la fantasía de cada individuo”…

La obra de Ezequiel Suárez es una de las más libres, audaces, irreverentes, iconoclastas, refrescantes, brillantes, importantes y valiosas del arte cubano actual.

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Oscar Aguirre

Los escudos del tiempo

Por Meíra Marrero

Han existido, en los últimos tiempos, criterios bien encontrados sobre si la escultura ha jugado el mismo rol de vanguardia que la pintura. Lo cierto es que no han tenido, ni una ni otra, durante la década anterior y la que cursa, una fórmula específica para el éxito de sus propuestas. Sin embargo, como un as de ases, el triunfo estuvo, a veces, en la incongruencia de formas y conceptos, en otras, por la sui generis apropiación de las tendencias internacionales y, casi siempre, por la conjugación de ambos aspectos.

Al enfrentarnos al sello personal de la producción artística de Oscar Aguirre Comendador, hallamos un lenguaje formal con visible influencia minimal en su factura, que no se divorcia para nada de un código conceptual eminentemente cubano. En sus escudos de tiempo corre sin cesar la vida, sin fecha ni edad exacta o detenida. Para ello utiliza los más disímiles elementos que puedan provocar toda suerte de asociaciones. Desde los más “simples” y universales como pueden ser el rayo, la almena, la flecha y la manzana hasta aquellos muchos más específicos como son la asunción de los héroes, de los símbolos patrios y alusiones históricas variadas. Estos últimos, una vez extraídos de su tiempo y espacio original, adquieren un significado nuevo de diferente connotación; son (re)semantizados y (re)contextualizados en función de un mensaje que apela a la (re)valorización consciente de códigos históricos, sociales y políticos comunes al artista y al receptor.

Aún cuando la recepción de los llamados materiales pobres fluctúa, es la madera, en todas sus obras, el material por excelencia. Es vital su conjugación con diferentes tipos de metales, cerámica y cartones, entre otros. Así conforma volúmenes estrictamente ordenados en altos y bajos relieves de vigorosa impresión. En algunos elementos utiliza el color de modo simbólico para hacer más enfático determinado ángulo del “juego a los mensajes”. Una absoluta precisión rige el tratamiento formal y conceptual de su producción. Ella denota una estructura creativa preconcebida sin lugar para la improvisación, con un riguroso estilo analítico y un elevado nivel de madurez filosófico y estética. El sutil trabajo del metatexto, la denuncia encarecida a esa arraigada dualidad de imagen y coraza, la formulación de códigos artísticos, estéticos, humanos y filosóficos que rompan los límites históricos y las fronteras geográficas establecidas, arbitrariamente o no, son de cualquier modo lecturas primarias de estas piezas.

Tras las imágenes que observamos otras conviven, aquellas que en el anonimato apellide quien las descubre. Ese lenguaje es válido y Aguirre bien lo sabe. Es por eso que delante de sus escudos es como si un fluir de sensaciones, en medio de la soledad que enmarca la mudez de la autoreflexiòn, estableciera una cofradía artista-espectador. Al final todo queda dicho y demostrado sin límites geográficos, fronteras históricas o escudos del tiempo.

Revista Arte Cubano
Stories (ES)

Ruslan Torres

La invisible levedad de ser

Por Ramón Cabrera Salort

La obra de Julio Ruslán Torres Leyva exhibe una singular coherencia dentro de la joven plástica cubana de hoy. Una coherencia que devela la experiencia de un espíritu ascético, se manifiesta desde sus años de formación experimental en las aulas de la facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte hasta nuestros días. Ya desde esos tiempos lo que desplegaba en sus obras pictóricas, en sus instalaciones, en sus grabados, sus fotos y dibujos, más que lo originado en los intertextos de otros discursos visuales –que los había: Hans Haacke, Peter Halley y otros-, se hallaba transitando por una experiencia vital de límite y poder, también vivida desde lecturas que lo avivaban y que rizomáticamente crecieron en el tiempo con nombres como los de Michel Foucault, John Dewey, Jacobo Levi Moreno, Enrique Pichon-Rivière y Humberto Maturana.

Una obra que nació pensada llega hasta nuestros días con las evidencias de quien primero vivió como taller la biblioteca y como lienzo las páginas cogitantes de los autores citados. Últimamente, Isaac Joseph, y en especial Erving Goofman desde la microsociología, lo animan, lo imantan, azuzan ese ámbito de morfologías geométricas que se dejan ver como si fuesen las experiencias formales de un calvinista del arte como Mondrian y que, empero, surgieron de la vivencia del límite –no siempre advertido- en el espacio indistinto y común de residencias estudiantiles, de un poblado del interior del país extraviado en los mapas, también en las evidencias burocráticas de una planilla, de un sello, de un número de clasificación o de una cuadrícula, registros documentales que cobran la verdadera autoridad de lo real. Piensa, entonces, las relaciones geométricas como relaciones de poder y la primera plana de un periódico oficial la lee hoy como quien revela nuevas noticias desde esa mirada reticulada para hacer mundos.

Somos así los invitados de un gesto, de un trazo que se hace creer libre, cuando apenas resulta todo de la actuación de un drama escrito, dibujado y legislado siempre por otros: las circunstancias, la política, la institución arte, provenir de las provincias, de una isla, sentirse a-isla-do, ser una partícula, un agregado, un átomo a expensas de un campo de fuerzas y, a la par, quedarse sumido en la ciega perplejidad de lo que somos junto a otros, otros que pueden ser el artista, yo o quien nos lea.

La obra de Ruslán Torres parece una experiencia datada, marcada y es más una huella abierta en nuestra invisible levedad de ser.

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Cuban Art Magazine
Stories (ES)

Jorge Luis Marrero

En busca del replicante Jorge Luis Marrero

Por Mailyn Machado

No recuerdo cuando fue la última vez que vi una exposición personal de Jorge Luis Marrero. La obra de este artista brilla por su ausencia de las galerías locales, también como integrante de las muestras colectivas que, con argumentos disímiles, abundan en la capital del país. Otro tanto sucede con la literatura dedicada a la actividad artística nacional contemporánea. Ni siquiera en aquella que se remonta a la etapa inicial de su desarrollo, los años 90, resulta una tarea fácil encontrar su nombre. Como si su trabajo no lograra hacerse del espacio que le corresponde en el complejo paisaje de la plástica insular.

Me pregunto ¿cómo es posible que su producción no logre encadenarse con las tendencias que han sido señaladas por la crítica como dominantes de las últimas décadas del arte cubano? Quizás la repuesta se halle en su ruptura con el retorno a la herencia de la representación que dio lugar a una de las etiquetas más populares en el consumo de la pluralidad creativa de los 90.

La llamada “recuperación del paradigma estético”, perdió crédito desde que Marrero fuera a dar con sus dibujos infantiles y los convirtiera en materia de sus trabajos adultos y profesionales. Las lecturas posmodernistas sobre su discurso tuvieron que ser reajustadas, aunque se le continuó adjudicando el principio de la “apropiación”.

Es cierto que el tema de la originalidad parecía seguir sobre el tapete. Las pinturas de la historia del arte, específicamente los cuadros de Roy Lichtenstein que en sus comienzos reprodujera con exactitud sólo constriñendo sus dimensiones (físicas y artísticas) para convertirlos en recuadros de sus comics, cedieron paso a una obra propia.

Aunque el autor de los originales y las copias sobre cartulina o lienzo respondía ahora al nombre propio de Jorge Luis Marrero, no se trataba de la misma persona. Entre quien firmaba con trazo indeciso y poco firme las composiciones de la infancia, y el que lo hacía en la adultez sobre y con materiales profesionales, habían transcurrido años de experiencias artísticas, pero sobre todo vitales. Esos dos sujetos, a pesar de responder al mismo apelativo, eran diferentes. La evolución y sedimentación del Yo mediaba entre ellos.

Es por eso que al iniciarse esta etapa de trabajo ambos exhibían juntos. A pesar de que el artista transcribía con fidelidad los dibujos de su niñez, también los mostraba. Éstos aparecían atados a la pieza en cuestión. Forrados con nailon, se adherían a la superficie como un hago constar que permitía comprobar su existencia real y datación histórica. Mas su interés superaba la necesidad de certificar una procedencia. Intentaba introducir al sistema artístico contemporáneo un original cuyo pedigrí estético resultaba doblemente ilegítimo. El objeto consumido no procedía ya ni del museo histórico ni de la redimida baja cultura, se trataba de la expresión casi pura de una subjetividad individual propia aunque distante en el tiempo. De existir, la apropiación iba en contra del principio posmoderno de la intertextualidad.

Un juego irónico de segundo grado emanaba de esta estrategia. Con un simple gesto de elección, el autor institucionalmente afianzado se ocultaba tras la firma de un productor sin jurisdicción artística pero con una identidad creativa auténtica, la del imberbe Jorge Luis Marrero. Y lo que es aún más cínico, ese “arranque de originalidad” ante la incomprensión de sus primeros tanteos con la representación, como él mismo lo bautizara con mofa, redundaría, lejos de en una disolución, en una sacrílega afirmación del sujeto declarada en ausencia por la indefinición del firmante.

El resultado fue más allá del hallazgo de un paradójico estilo personal. En él se realizaría el anhelado (re)encuentro de un código íntimo. Ni siquiera en aquellas primeras producciones, que parecían corresponder a la efervescencia posmodernista de la escena plástica nacional, sus intereses se reducían al sofisticado ensayo de la recombinación de textos. El foco delirante de este artista nada tiene que ver con la hasta hoy célebre sentencia de “no hay nada nuevo bajo el sol”. Por el contrario, exhibe un matiz moderno, vanguardista si se quiere, a saber: los modos en los que se traduce en representación lo que visualmente inferimos como realidad y la consecuente creación de una figuración propia. De ahí que no encontrara mejor fuente de reparación que las imágenes graficadas compulsivamente durante su niñez.

Visto desde la distancia, esta solución parece ahora predecible. Su ansiedad infantil por retener las imágenes fugitivas de la experiencia y dar rienda sueltas a la imaginación a través del dibujo, se conservaría en la que aún puede considerarse como la más persistente de sus prácticas: el comic. El mismo género en el que en In the World of the Art aplicara el código pop de Lichtenstein con el único objeto de dialogar sobre el universo de lo real.

Todo aquel que tiene el privilegio de repasar el archivo de historietas de Marrero, no puede hacer otra cosa que notar la identidad figurativa que las encadena a las representaciones del niño que fue y constituyen los originales de sus piezas actuales. Como si sus primeras obsesiones hubieran encontrado un asiento natural en sus ficciones adolescentes y de adultez, unidas, además, por una formalización gráfica sintomáticamente muy similar.

A primera vista esto pudiera parecer sólo un dato curioso. Después de todo, el tono humorístico y escatológico de sus caricaturas induce a leerlas como un simple divertimento. Lo interesante es que esa diversión se remonta a las aulas de la Academia Nacional de Bellas Artes, como si se tratara del fruto de la distracción de un estudiante aburrido e irreverente. De hecho, este ejercicio que hoy ya puede considerarse un hábito, se desarrolló como una actividad paralela a sus trabajos de clase, aparentemente inmune a la instrucción artística que iba recibiendo.

Quizás él mismo la considerara como un chiste, lo que freudianamente hablando se traduce como una manifestación del inconsciente. Y quizás también por eso, por considerarla una práctica placentera, más cercana a las sesiones de dibujo libre de la educación primaria que a las serias entregas de la formación profesional, las protegió instintivamente de estas últimas, por el bien de su sanidad. Plus, la repetición.

Eso que los psicoanalistas, especializados en terapia infantil, consideran como el principio fundamental de la interpretación clínica del grafismo, lo es también del procedimiento creativo de Marrero. La reproducción como estrategia, tiene en él un ascendente más abstracto que el derivado de la obligada causalidad de sus narraciones visuales. Me refiero a ese especial sistema simbólico que articula sus historietas con los dibujos que realizara de pequeño. El mismo que permite deducir la existencia de un lenguaje muy personal en el archivo de sus imágenes.

Toucher o eureka, da igual, lo cierto es que, en medio de sus irónicas críticas a la institución arte y los tanteos con los códigos representacionales heredados, fue a dar con la vía de sublimación de uno de sus deseos artísticos más latentes: el hallazgo de una lengua propia.

La misma naturaleza del dibujo infantil así lo acredita. Cuando un niño pinta, nunca copia, siempre inventa y crea. Se trata de un proceso espontáneo de traducción a signos gráficos de la aprehensión de sí mismo y del mundo que lo rodea. En él se despliega un lenguaje otro: oculto, silencioso, no verbal. De ahí que sea el canal por excelencia de la manifestación del inconsciente, y de ahí también que, a pesar de sus devaneos entre la imaginación individual y lo simbólico colectivo, constituya la fuente más auténtica, por personal, de la representación.

Al reproducir con exactitud las escenas garabateadas en su niñez, Marrero practicaba irónicamente una intertextualidad muy cercana a la llamada intertextualidad negativa. O lo que es lo mismo, accedía a través de la copia a una originalidad tal como fue entendida por la modernidad. Se aproximaba a un texto libre de intertextos ajenos. ¿De qué otro modo le hubiera sido posible a un sujeto adulto en posesión de una mano académicamente formada evitar de manera tan radical, más que las influencias, el uso de los sistemas dados para la representación?

Incluso, los rebautizos que sufrían sus creaciones infantiles muchas veces insistían con sorna en ese paradójico hallazgo: “La pinga para Dubuffet” (1998), “Después de Portocarrero” (1998), “A todos los niños les gustan las balsas no sólo a Kcho” (1998). Pero la ironía superaba el hecho de que esa repetición de sí mismo diera lugar a un resultado único, libre de antecedentes artísticos. Se encontraba también en el contraste entre la sofisticación del procedimiento y el “barbarismo” estético que otorgaba la unicidad. De cualquier forma, éste sería tan sólo un juego bastante eficiente, Marrero es todo menos un artista ingenuo. Sabía que ese retorno al punto de partida, que intentaba sortear la herencia educativa en materia de arte, nunca podría ser total. Por eso, esa parcialidad, lejos de una frustración, se convertiría en la brecha por la que avanzaría el proceso investigativo de toda su obra.

En la actualidad se encuentra en lo que él mismo denomina su “etapa helenística”. Y no le falta razón. Tal vez algunos de los rasgos que le permitan identificar de esta forma a los dibujos de 2008, sean las novedades técnicas e iconográficas que incorporan. Esta serie de trabajos parte de su tanteo con otros medios de representación artística ligados a las nuevas tecnologías.

Como antes el interés en su propio código simbólico lo condujera a sus conocidas esculturas en alambrón, en las que intentaba traducir sus dibujos al plano tridimensional con materiales más sofisticados, en 2004 la creación de un nuevo sistema figurativo lo llevaría a iniciar Placeres íntimos. En aquellas piezas utilizaba programas de computación y empleaba de manera más sistemática el video.

El punto de partida se encontraba también en el desarrollo consciente de otro de sus divertimentos estudiantiles, ahora con rasgos más patológicos si se quiere. Según relata en “Muela dura”, el statement de sus Placeres…, durante su estancia en San Alejandro estuvo casi un año sin tocar los pinceles excepto para dar cumplimiento a sus deberes académicos. En su lugar, intentó acogerse a la herencia paterna y dedicarse a la escritura. De esa experiencia lingüística sólo obtuvo como resultado el retorno a un nuevo lenguaje visual. “Empecé a virar los dedos de mis manos en poses extrañísimas, dándoles significados, o sea, hallándoles parecidos representativos con la realidad; como cuando nos tumbamos a mirar al cielo y designar las nubes como ‘perritos’, ‘gaticos’, ‘caritas’, o cualquier otra cosa, en dependencia de la salud mental de cada cual”.

Las posibilidades que le ofrecían el fotoshop y el video para recrear con veracidad las asociaciones establecidas a partir de esa “torcedera de manitos”, lo hizo retomar aquellos “recónditos performances”. Aparentemente distante de los rasgos formales que lo distinguían como artista, esta nueva iconografía no hacía más que redundar en los “límites epistemológicos” de su obra, demostrando no sólo que cuando de percepción se trata los sistemas simbólicos son inagotables, sino que las obsesiones artísticas son tan persistentes como las más pedestres angustias humanas.

De ese intercambio con los medios electrónicos de reproducción se deriva el empleo del video bing en la realización de sus dibujos más recientes. La proyección ampliada de la imagen previamente escaneada de sus composiciones infantiles, le permite aislar los detalles y hacer variaciones en la composición y escala. Como resultado la manipulación de los originales adquiere nuevas dimensiones.

Cierto es que ésta siempre estuvo presente. El principio de la repetición fue el punto de partida de un procedimiento que establecía la intervención del artista Marrero en las creaciones del imberbe Jorge Luis desde el momento mismo de su selección. Si bien hasta el 2000 la repetición de sus dibujos siempre fue exacta, ya en la superficie planimétrica, ya en la volumetría espacial, en ese mismo año comienza la serie Obras recientes en lienzo que se extiende hasta el 2001. En ella incorporaba las figuras que había identificado y rastreado como modelos primarios. La inversión de éstas últimas, casi siempre de cabeza, garantizaba la inmunidad de los originales, al tiempo que enfatizaba el contraste entre ambos. De ahí que aquellos trabajos, entre los que aparecía “Tres héroes, los libertadores me salen mal”, pudieran considerarse como un examen demostrativo del proceso de formación de los patrones representacionales.

En las piezas del 2008 su participación se vuelve más explícita. El “barroquismo” que muchas de estas ostentan se debe a la promiscua superposición de sus diferentes códigos simbólicos. Como si el interés investigativo en la representación hubiera derivado finalmente en una gustosa y por tanto libre apropiación de los sistemas iconográficos propios.

Las figuraciones salidas de la mano educada, los signos resultantes de sus Placeres… y los personajes de sus comics se sobreimponen a las imágenes de la niñez, ahora como consecuencia de asociaciones más espontáneas. Es por eso que, por momentos, algunos detalles ganan en naturalismo. La presencia del artista llega incluso a hacerse inmediata a través del autorretrato (“Si tu mirada matara”, “Si mi mirada matara”).

Asimismo se incluyen personajes de gran actualidad mediática. En una especie de antecedente premonitorio, se adelanta a las elecciones estadounidenses de noviembre de 2008. “Our Golden Boy”, “Gato enfermo persigue a Barack” o “Gran jefe indio ver a próximo gran padre”, asumen, como muchas de sus obras, el humor narrativo de sus historietas para hacer sarcásticas crónicas de la política internacional.

Pero quizás donde el autor profesional se manifieste con mayor fuerza sea en la reiteración de sus obsesiones más íntimas. A estas alturas decir que la obra de Jorge Luis Marrero es autobiográfica resultaría redundante, si no fuera para señalar que el principio de reproducción que la distingue deriva de manera inevitable en un interés autoanlítico y en un consecuente examen social.

“Por alguna caprichosa razón –me comentaba en una conversación que nada tenía que ver con el arte– tengo la costumbre de conservar en la memoria hechos o escenas que no puedo entender en el momento en que ocurren, como a la espera del día en el que logro explicármelos finalmente”. Volver de manera selectiva sobre su “pasado pictórico”, ese archivo del inconsciente perpetuado en imágenes visuales, es el equivalente artístico de esa estrategia del pensamiento aplicada a su vida. En las íntimas sesiones sicoanalíticas a las que conlleva el ejercicio de su actividad pictórica, desengaveta conflictos que nos afectan a todos. Éstas tienen, además, significativas potencialidades terapéuticas porque siempre van calzadas con efectivas dosis de humor.

Es por eso que muchas veces en la recurrencia a sus obsesiones temáticas se despliegan algunos de los lugares comunes de la sociedad cubana, como son, por ejemplo, el sexo y la política (“Invocación”, “No mamita él no va en serio”, “Sadic Behaviour”).

Así, el escrutinio de las vivencias propias lo conduce a un diagnóstico nacional sin pretensiones históricas exhaustivas, pero con aportes clínicos muy eficientes.

Tal vez por eso el carácter helenístico de sus últimas producciones encuentre una explicación definitiva en la afirmación de la subjetividad. A través de la libre apropiación de su complejo vocabulario personal, el artista conciente que es Jorge Luis Marrero, se abandona a sus más acuciantes deseos. Y lo que es más sintomático, el aumento de sus intervenciones por medio de la repetición formal y temática, redunda en el establecimiento de una expresión individual en la que definitivamente se confunden el autor adulto y el niño que éste fue.

La libre asociación entre ambos resulta una coartada perfecta para tratar con soltura “dramática” conflictos sensibles en el plano íntimo y colectivo. Es la forma más eficiente para burlar toda clase de censura. Tanto la personal como la social, sucumben ante el desplazamiento entre lo que se muestra con descaro y lo que se encubre con picardía.

Ese poder de síntesis ha sido otra de las fachadas medulares ofrecidas por la naturaleza de sus originales. La cadena asociativa que se despliega entre lo que se percibe y experimenta y su representación, hace de las composiciones infantiles creaciones casi conceptuales. En ellas la elipsis, esa declaración en ausencia, constituye muchas veces la verdadera llave de acceso al código figurativo.

También lo es para la obra de este artista que ha discursado siempre desde la omisión. La de él como autor, la de su nombre de las listas más reproducidas del arte cubano contemporáneo y la del corrimiento implícito en su lenguaje visual que encuentra su sentido definitivo entre lo que oculta y lo que deja ver.

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Revista Arte Cubano
Stories (ES)

Orestes Hernández

Apuntes para un pintor de domingo

Por Sandra Sosa Fernández

Orestes Hernández adivina la fuerza de los clásicos, y en un nuevo giro recurre a los padres de la Pintura Moderna. La Historia del Arte le permite hacer un ejercicio pictórico a destiempo, como quién reconoce en su irrupción trasnochada, la coherencia de un gesto tan fútil como los tiempos que corren. Una vez más la amnesia con el relajo de una concienzuda ignorancia le permite revolver la tradición del Postimpresionismo como acicate, interrogación, negación. La apropiación sin prejuicios de Cézanne, Gauguin, Van Gogh, junto al Fauvismo de Matisse y el estilo naive de Rousseau, surten el efecto de una evolución consensuada. Después de aquel primer envite que concilió influencias de la Transvanguardia italiana, los Nuevos Salvajes alemanes, el Expresionismo Abstracto norteamericano y cierto ideal pictórico asiático contemporáneo, no parece aleatorio este acto de regresión histórica hacia las fuentes primarias.

Como quién se aplica en llegar a su primera cita, Orestes escarba en sus posibilidades como pintor con una inconsciencia orgánica que parece prescindir del “cómo va a quedar”. Los pigmentos se repiten de un cuadro a otro como rompecabezas disperso que, una vez armado, paladea la visión de una sola imagen: el carnaval de lo real y sus apariencias. El trazo de ritmo rocambolesco acoge una estética barroca donde las formas apretujadas, superpuestas, contiguas, y la estridencia del color desdibujan un contorno de frecuencia casi abstracta. Los temas, en su caso pretexto para la pintura, anidan una sensibilidad donde se estrella, desde un paroxismo pop, algunos motivos de la pintura francesa de finales del siglo XIX como el japonismo, la escultura africana, el primitivismo, con soluciones formales que recuerdan el estilo de ciertos autores de la época. Hay en ello una ex profesa tomadura de pelo que podría juzgar, a primera vista, el trabajo con fragmentos de originales, cuando en realidad se toma prestado el empaque como extrapolación de la cita culta.

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