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Cuban Art Magazine
Stories (ES)

Medialuna

Angry birds: un texto sobre Medialuna

Por Carlos Gámez

Es el movimiento de las artes visuales un espacio donde confluir sin timidez, un receptáculo para enunciar ideas semejantes, sin obtener contradicción ni pelea alguna. Pero no todos caminan con igual levedad en el compromiso con el arte, algunos cargan pesos reales, esos que te laceran el alma si no los sueltas, si no los pasas de a poco.

Los jóvenes son algunos de esos mulos que se aprovechan de las causas perdidas en la historiografía para solventar su presente. Por lo tanto, de ellos dependen las posturas equidistantes del movimiento entre ética, estética, mercado y moda. Con una coreografía manejada desde lo milimétrico, se pueden sortear los pasos básicos sin parecer común, y estar en la categoría Novel.

Medialuna es un colectivo de dos: Alfredo Coello y Osmani Domínguez, ambos con formación académica, ambos con inquietudes serias en el arte y sus caminos adyacentes, ambos preocupados por la forma de exponer su postura sin parecer dogmáticos, anquilosados.

La llegada de la muestra personal Pirulí en la galería Carmelo González, de la Casa de la Cultura de Plaza, fue un modo de concentrar su obra para adquirir una voz pública, una presencia bautizada por el establishment como real. Entonces sus obras, que por momentos se habían concentrado en una producción específica, XII Bienal de la Habana, tomaron el camino de los colectivos en el arte cubano actual, junto a Los Carpinteros, Stainless, los Serones y Squirlas.

Las obras de su actual producción se concentran en el imaginario objetual, es decir, como trabajan desde la escultura y la pintura, pueden obtener versiones bidimensionales, con un cierto guiño a lo tridimensional, y a su vez autónomas e impredecibles. La formalidad de sus piezas tiene como principal centro el carácter polifónico de cada objeto(s) construido por sus manos. Pues nunca serán reflejo realista de lo conocido por el espectador en su diaria vivencialidad, sino la mixtura entre la filosofía e intencionalidad de los autores, junto a la pátina del arte exquisito, ese preocupado por las texturas, luces y barnices.

Medialuna es un grupo que tuvo como principal motivación de nacimiento la necesidad de crear obras en una clave similar desde puntos de vista diferentes. Entonces, con posturas creativas que se complementaban, decidieron llamarse, como el lugar que los había formado desde niños, como el pueblo que les dio esas posturas éticas que hoy defienden a partir del sofisma, como principal manière de creación.

Cierto es que muchos jóvenes no se ocupan de sus principios conceptuales, de las ideas que provocan a partir de sus obras. Sin embargo, este colectivo personal lleva como bandera: la pregnancia de esos matices que nutren la cotidianidad de un background sofisticadamente violento. Son obras que se ocupan de narrar los subtítulos de las acciones, la palabrería que se le puede extraer a una escena intimista de una guagua, de una cola, de la despedida de un padre en la puerta de la escuela.

Cada una de las piezas lleva esa profunda intensidad de pensamiento que se debate entre el material que será escogido para representar la textura del referente real, y a su vez, el mito que lleva la metamorfosis que luego será visionada como objeto en el espacio. Las inspiraciones reales son manipuladas a partir de su visualidad, de la mirada que ellos quieren obtener. Son trabajadores de una óptica particular de Medialuna, Granma, porque no hay necesidad de venir a la urbe a convertirnos en citadinos, si aún queda tela por cortar en la trastienda. Muchas de las primeras obras de este dúo provienen de su anterior vida, esa que hoy da los frutos complejos de una actualidad fresca, urbana, y una sensación de eterno resabio.

Algunas obras como Caridad, (mixta-lienzo, 120 x 150 cm) tienen cierta relación con su versión objetual que las distancia para obtener dos tipos de público en una misma enunciación. La Caridad, (escultura, 200 x 90 cm de diámetro) es un cuerno de la abundancia que se nos presenta en su hechura desde la agresividad del alambre de púas con que se ha tejido, mientras que la pintura lleva igual figuración, pero matizada con el fondo neutro, las luces en la estructura y los tonos oxidados que funcionan como sello en el resto de las piezas.

Para comenzar los pasos en este ámbito, la postura frente a la obra de arte es fundamental, no se ve con igual nitidez con la pupila dilatada, lentes de contacto o con el ceño fruncido. Hay que saber mantener el equilibrio para seducir un enjambre de ratones, hay que tocar muy bien la flauta para callar a esos otros pájaros.

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CdeCuba Magazine No.23
Stories (ES)

Yuri Santana

La vida cotidiana en la pintura

Por Magaly Espinosa

La vida en las comunidades y los barrios, que el arte de inserción social estimula a través del gesto artístico, también puede ser recreada desde la pintura, aprovechando la fuerza de la imagen pictórica, que congela visiones que se nos pierden bajo otras formas artísticas.

Yuri Santana en su serie A fuego lento, reúne un conjunto de obras que se aproximan a nuestra realidad inmediata, tal y como ella se nos presenta: precaria, frágil y grotesca. Texturas, empastes y transparencias, la matizan acercándonos a personajes emplazados en espacios urbanos, en situaciones a veces indefinidas, porque desde ellas no vemos la figura completa, como ocurre en la pieza Nirvana, ni el hecho que parece suceder en otra denominada Ilícito.

El bodeguero que no tiene productos para ofertar, el mal abastecido puesto de viandas y frutas, los hombres en el parque tomado cerveza y llamando por un móvil, la joven que hace la misma acción, los vendedores ambulantes, el anciano humilde, un hombre que merienda, gente que hacen la cola para comprar el pan. Gran parte de la composición social de la Cuba del presente es puesta a nuestra disposición, por medio de escenas que reciclan el entorno, tal y como están constituidas, sin afeites.

Ellas son reproducidas a manera de fotogramas de un film o un documental, solo que la pintura se toma sus libertades, a través del dripping aplicado a determinados fragmentos o la asunción del bad paiting, para eludir cualquier embellecimiento de lo real.

Cercano a su colega Elviz Céllez, no hace concesiones a su narración, ambos son parte de un sector de pintores a quienes les interesa contar sobre lo real. Él completa lo narrado por medio de títulos que se refieren a circunstancias que rebasan la imagen, imprimiéndoles un vuelo poético que siempre está bajo la vida, sea esta Un Adagio en sol menor, un Paraíso o un Rascacielos imaginario.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Pedro Vizcaíno

Cómo salvarnos con el arte ET de Pedro Vizcaíno

Por aLfrEdo tRifF

Creo en la belleza estética, en un arte que motive, que denuncie; un arte antiguerra, antivacío, antidecorativo, antimaquinaria, antirrepetitivo.

Pedro Vizcaíno

Sabido es, entre los amigos de Pedro Vizcaíno, su curiosidad febril por los extraterrestres. Esa fiebre iba en aumento. Por un tiempo pensé que Pedro se estaba volviendo loco. ¿Qué tiene que hacer un artista como Vizcaíno con esas fábulas conspirativas e infantiles?

El tiempo me ha quitado la razón.

Desde la prehistoria, los OVNI han estado entre nosotros. Solo que el mensaje verdadero es para aquellos, como Vizcaíno, capaces de romper con la componenda global. ¿Cómo si no podemos agenciarnos esta realidad terrícola de miserias humanas, de guerra, destrucción ambiental y calentamiento global?

Lo extraterrestre es la salida futura: Lo han dicho científicos del prestigio de Stephen Hawkins, ¡incluso en el NYTimes!

Habla Vizcaíno: El calentamiento del materialismo terrestre deberá ser confrontado con la espiritualidad del frío de la radiación de rayos X.

Observen arriba el taxi OVNI 7-7-7-7, amarillo fulgurante con sendos bombillos de filamento a cada lado, irradiando luz negra (dígase que dicha luz negra es la energía que se alimenta de la luz blanca).

Viene nada menos que a Miami, desde distancias intergalácticas.

¡Despierta! (dice la burbuja ET).

¡Viva el espíritu!

En la pared trasera de la Farside, potencial hogar de ENKI aparece un ET advirtiendo:

«Los grises te aman».

¿Quién es realmente Pedro Vizcaíno?

¿un médium ET?

¿un profeta grafitero?

¿un artista poseso?

¿un poeta en búsqueda de otro universo?

Su más reciente show Graffiti, Ruva, OVNI, ET en la Farside Gallery nos trae un aviso urgente.

Somos todos descendientes de LHU-MANU, seres manipulados genéticamente por otras civilizaciones. El Dios son ellos. Pero con la historia perdimos el contacto. Se especula, siempre de acuerdo a especuladores, que nuestros ancestros en Alfa Draconis y Lhulu, fueron creados por la manipulación genética del Manu (aunque en realidad fueron los Grises de Zeta Reticulum y de Orión, ingenieros encargados de llevarlo a cabo, y que aún hoy, siguen manipulando genéticamente a los humanos con fines desconocidos). La cadena evolutiva de las formas de vida es la siguiente:

Génesis → Manus → Lhulus → Lhumanus → Humanos → Viryas.

El avatar del humano es una especie compleja, su larga historia divisiva, su camino fragmentado con atajos accidentados, su destrucción enciernes.

¿Sabríamos que el lenguaje humano ya no transmite la verdad? La verdad ha desaparecido bajo capas tectónicas de mentiras. Por ello Vizcaíno se adhiere al lenguaje arcaico y simbólico de las Runas. Por ello dibuja con los colores míticos de amarillo fosforescente: color del deleite; de rojo: color de la acción, y de negro: incomprendido color de la verdad, el negativo de la luz.

Graffiti, Ruva, OVNI, ET es una búsqueda estética de Vizcaíno que rompe con el pasado, con la etnia que nos marca, con la geografía y la politiquería que nos agota.

El arte debe ser universal.

Observen la línea del dibujo de Vizcaíno. Ideogramática y directa. El discurso terrícola reducido al garabato infantil: la caligrafía más inmediata del alma.

Hay que ser fiel a sí mismo.

¿Qué es más universal que el universo, y más humano que lo sobrehumano?

La lección es tan simple como demoledora. Nos llega desde el espacio adimensional del taxi amarillo vizcainiano:

Humano, a ti que me escuchas: No resistas el encuentro. ¡Despierta! Aprende a mirar con los ojos del alma. 

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Revista arte cubano
Stories (ES)

Henry Eric Hernández

Acotaciones para una historiografía mansa

Por Héctor Antón

Henry Eric Hernández alcanzó visibilidad en la promoción de la cautela y no es un cauteloso. Absorvió el pensamiento suave de “La Generación Jineta” y no utilizó el maquillaje de pasarela comercial. Partió hacia España en 2006 y tampoco derivó en disidente portátil lanzando piedras desde lejos. Dichos trances lo forjaron como un productor visual de la hibridez estética y política en los años noventa, cuando el arte cubano se debatía entre la nostalgia ochentiana y el cabildeo institucional dispuesto a neutralizar brotes contestatarios.

Henry fusionó el legado antropológico de Joseph Beuys, y un soporte menospreciado por conceptualistas de laboratorio como la cerámica; la magia de ensuciarse las manos tocando las piezas y el work in progress de transgredir el fetiche, liberado de connotaciones mágico-religiosas.

El artista como explorador de zonas silenciadas fluyó producto de registros documentales como Bocarrosa (2000), Almacén (2001) y Sucedió en La Habana (2001-2005). Estos fueron realizados junto a Iván R. Basulto y el team multioficio de Producciones Doboch. Una pequeña tropa unida por el arte y la amistad. 

Así oímos hablar de trenes cargados de gente rara viajando a Camagüey, para atestar las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). El sistema de microbrigadas basado en la mentira y el tupe, que sufrían los albergados producto de ciclones y derrumbes. La vida inútil de personas como Adolfo Roberto Pita, quien prefirió vivir en la calle al sentirse más seguro que en su vivienda.

En su disertación Sobre el arte de la escucha (en la obra de Henry Eric Hernández), la historiadora Carmen Doncel precisa que la Revolución Cubana cinceló el modelo guevariano del “hombre nuevo”, para obviar la construcción de un “cuerpo nuevo”. Tentativa de fundar una ideología corporal desconocida en cuestiones de política sanitaria. 

La condición temeraria del imaginario popular, al margen del cliché victimario, se desplegó en Cuentos cortos (2006). Esta serie documental, recogida en soporte de CD, acompañó al volumen Otra isla para Miguel (Santa Mónica, Perseval Press, 2008). Son relatos que mezclan la épica callejera, bélica y amorosa.

Kimbo, un personaje-narrador de Cuentos cortos, perdió a su madre a los seis años y lo arrestaron a los doce. Ninguno de sus hermanos fue a verlo durante diez años en prisión. Kimbo reconoce que está menos presionado en la cárcel que en la calle. “Allá no tengo preocupaciones de quedarme sin dinero o sin luz brillante para cocinar”, aclara y “me pongo fuertón sin hacer na”.

Otra isla para Miguel persistió en la ficción de convertirse en Manual para la enseñanza primaria; un experimento fraguado donde el libro como excedente de materia prima se destina a reproducir escrituras para restaurar la ilusión lírica.

Conchita Mas Mederos prestó servicios a la revolución siendo una muchacha. Trepaba y bajaba la Sierra del Escambray para llevarles ropa y comida a los alzados del ejército rebelde; persuadió a muchos campesinos que desoían las promesas de los barbudos. Ella lo entregó casi todo a la causa de sus ideales, al compás que era una sirvienta doméstica y estudiaba en la Escuela de Comercio.

En 1963 la residencia del magnate Jorge Fernández Escarza, localizada en la ciudad de Cienfuegos, fue transformada en un círculo infantil. Este adoptó el nombre de aquella precoz miliciana. Once meses después, Conchita Mas Mederos se pegó un tiro. La insurrección comenzaba a teñirse con la sangre de sus criaturas. Dicen que Conchita murió virgen y trastornada a los diecinueve años.

Henry Eric trenzó lo público y lo privado de ambos hechos, para connotar performáticamente esa letra muerta que encadena un obituario tras otro. Reseña biográfica (2003) derivó en intervención in situ, documentada en el libro La revancha (Santa Mónica, Perseval Press, 2006), cronología aleatoria que da inicio en 1964, Año de la Organización. La acción consistió en realizar un cumpleaños colectivo en el círculo infantil que llevaba el nombre de una heroína local olvidada.

Rifas, dulces y payasos reanimaron un espacio vaciado de aura republicana. La celebración incluyó un álbum de fotos, costumbre barrida por el Periodo especial en tiempo de paz que sacudió a Cuba; detalle tan arcaico como el recuerdo de Conchita Mas Mederos, reclutando a jóvenes osadas para estudiar corte y costura en La Habana. Los infantes proletarios disfrutaron sus quince minutos de gloria pequeño-burguesa, gracias a una terapia lúdica reservada a quienes la necesitan.

El Vía Crucis promiscuo recreado por Henry Eric Hernández y sus cómplices genera una interrogante. ¿Para qué sirve la guapería barata, el desinterés económico o la inocencia política en el entramado psicosocial, invadido por parásitos escaladores? Más allá de una conclusión leve o pesada, lo que resulta del proceso evolutivo es una controversia entre la fe y el dolor. El pasado del “hombre nuevo” y el presente de un país de viejos que nubla el futuro.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Levi Orta

Los resquicios entre creación y política en la obra de Levi Orta

Por Yonlay Cabrera

En 1928 Jorge Mañach presentó en forma de conferencia sus reflexiones en torno a uno de los rasgos más típicos de la psicología del cubano: el choteo. Para Mañach, el choteo ocupa un espacio ambiguo donde se mezcla el ingenio popular y la burla ante todo lo autorizado. De ahí que se trate de una forma de resistencia ciudadana y a la vez una falta de confianza en los beneficios de las jerarquías sociales. Es precisamente en este punto, donde el choteo se vuelve sumamente efectivo como detonante de significados.

En el plano de la política, los líderes y dirigentes en ocasiones adoptan posturas que son muy propensas a la burla. No es de extrañar entonces que un artista cubano, presente de forma descarnada y frontal esta realidad, sin manipulaciones. Simplemente porque no es necesario manipular un video donde un político empieza a cantar como parte de su presentación pública. Sin tomar partido ante ninguna ideología en particular, la obra se compone de fragmentos encontrados, reunidos con el afán del investigador que busca una información recurrente.

La obra en cuestión es Singing alone, del artista cubano Levi Orta. En dos ocasiones he tenido la oportunidad de verla en el espacio y las dos veces me impresionó la parquedad visual, resuelta con la solemnidad con que se representan los contenidos políticos. No obstante, se trasluce todo el tiempo el absurdo de base, dado en la contraposición de lo poco creíble que resulta la referencia al hecho en forma de texto, con la imagen real que vemos en los videos. Y no es que sea raro que un político específico, en medio de una comparecencia decida cantar, lo extraño del fenómeno emerge cuando vemos varios casos, compilados por el artista en una secuencia continua.

Otro de los recursos recurrentes en el trabajo de Levi, es usar obras ya realizadas como materia prima para generar una nueva acción, que a su vez se presenta como una obra en sí misma. La forma en que ejecuta este palimpsesto de reutilización tiene dos tipologías fundamentales: mediante la copia a obras realizadas por políticos a través de la historia, o a partir de obras propias. Es importante subrayar que lo realizado por los políticos son obras de “artes plásticas”, no de “artes visuales”; y no me refiero a la especificidad del término, sino a su concepción del sentido del arte.

Los políticos no han logrado evolucionar al ritmo de la práctica artística. El arte contemporáneo presenta sus problemáticas de una forma poco accesible para una disciplina, la política, que añora las grandes narrativas épicas producto de la pintura de caballete y la habilidad manual del artista-genio. Levi utiliza la copia directa de las obras realizadas por los políticos, con leves modificaciones como el acento de la firma en oro, o la disposición espacial de las piezas individuales articulando una instalación.

Luego tenemos la variante de utilizar sus propias obras como materia prima. Así, la obra ya no es un hecho cerrado que termina en la exposición y comienza a ser un ente activo, capaz de extender su vida útil. La institución arte es el medio que valida la acción del artista, pero no es el fin. Si ese fuera el caso, sería como llevar la obra a morir, para recibir el cortejo fúnebre de un público ávido de intercambios protocolares en la futilidad de las inauguraciones.

Otro elemento que distingue la obra de Levi es la coherencia de sus procesos investigativos. No es obligatorio para el arte contemporáneo que el artista mantenga un desarrollo lógico entre las obras. Pero se agradece mucho poder reconocer que existe la intensión de esgrimir cada vez, con más profundidad, ciertas proposiciones; utilizando metodologías de trabajo que se depuran formalmente a través del tiempo, sin por ello tener que repetirse ni caer en la tentación de los modismos generacionales.

Sus mayores interrogantes son sobre el propio arte y la postura ética del artista como ser social. El artista es un sujeto activo que no acepta los modos en que los medios construyen la realidad y trata de mover el foco de atención hacia las zonas de conflicto, lo obliterado por los discursos oficiales.

Debido a la seriedad de su camino, Levi se ve constantemente impelido a hacer gala de su capacidad de choteo. Es posible que no haya forma más efectiva de abordar un interés muy denso intelectualmente, “que tirarlo a relajo”, como diría Mañach. Lo triste es que, en un final, el motivo de burla no son los personajes a los que esta va dirigida, sino nosotros mismos. La obra de este artista nos pone en evidencia, que aquellos que dedican su tiempo a jugar scrabble o ver porno en las reuniones y concejos, son los mismos personajes que tienen el poder real para decidir el futuro de nuestras vidas.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Los Serones

Síntomas de una simulación romántica

Daniel G. Alfonso

Existe o se puede hablar en el contexto del arte cubano de una nueva generación de creadores que -sin miedo alguno- se han propuesto renovar el género del paisaje; renovación que está ligada a nombres como Alejandro Campins, Gabriel Sánchez Toledo, Frank Mujica, Roger Toledo, Alberto Lago y, hace aproximadamente cuatro años, los Serones.

Éste último presenta una obra realizada a cuatro manos y con rasgos muy peculiares, es decir, son dos artistas (Antonio Álvarez [Tony] y Alejandro Pablo García [Paolo]) que han formado un pequeño grupo para juntos crear, conformar y establecer una nueva academia sobre la temática del paisaje. Enfocados desde sus inicios en esta visualidad, sus telas producen cierto extrañamiento e inquietante sentimiento en la mirada de los espectadores, pues una de las características del grupo es la experimentación técnica al interior del cuadro y la flexibilidad con que producen cada pintura.

Definir su estilo se torna muy complejo, la ambigüedad es un elemento que rodea todo su quehacer; en una primera lectura podemos pensar que estamos frente a obras de corte abstracto, sin embargo, la presencia en las composiciones de materia sólida nos confirma que las telas se insertan en el universo de lo figurativo. Los Serones juegan con nuestro intelecto, crean una pintura que nos invita a un viaje metafísico y surreal. Cada vez que aprecio uno de sus cuadros, recuerdo una declaración del pintor Daniel Richter hacia la obra de Peter Doig que plantea: «la naturaleza queda suspendida en una secuencia onírica sin narración cronológica, evoca la belleza de nuestra fugacidad; lo mundano resplandece con un brillo desconocido y efímero y, contemplado más de cerca, se desvanece en la luz, una creación de reflexión y deleite en la belleza humana».

En nuestra memoria individual podemos asimilar paisajes que navegan por las aguas de la utopía y la soledad y, por la búsqueda de un espacio íntimo en el que poder analizar nuestra subjetividad y sensibilidad. Frente a sus cuadros parecemos personas diminutas ante la majestuosidad de cada elemento insertado en la tela, todo es y al mismo tiempo parece una invitación a descifrar un mensaje que no tiene traducción. El público tiene la última palabra, solo él es capaz de convertir sus traumas y silencios en una realidad dibujada por los Serones.

Un aspecto que no debemos pasar por alto es el trabajo en serie, un factor que le permite a los dos indagar, explotar y experimentar al interior de cada obra. Nunca están conformes, doy fe de ello. Siempre quieren ir más allá de lo que ven y de lo que pueden hacer. Sus ambientes, únicos e irrepetibles, se presentan ante nuestros ojos como construcciones escenográficas nunca antes vistas; ellos, se han encargado de edificar su propio camino en el que color, luz, espacialidad y efectos de sombras y texturas sean el sedimento perfecto para la conformación de una estética personal.

En su travesía por el universo visual siempre se han cuestionado el estado actual de la pintura cubana realizada por jóvenes, por ello, vemos en sus lienzos un rompimiento con lo que producen el resto de los creadores insulares; pretenden, y lo están logrando, buscar nuevas alternativas para llenar un vacío en la manifestación.

Para hablar de los Serones, hay que conocerlos e indagar en un fragmento de su cotidianidad. Esto nos va a permitir comprender el porqué de sus producciones, ambos poseen un bagaje cultural inimaginable que les funciona para su proceso creativo. En su ADN está incluido el gusto por la cultura audiovisual, la música, los videojuegos, y el propio mundo de la plástica. Acercarnos a cada pigmento, a cada procedimiento es descubrir un universo diferente en el que están presentes simbologías y metáforas de grandes maestros como Fidelio Ponce de León, Stanley Kubrick, David Lynch, entre otros; un conjunto de figuras que han aportado a los Serones el buscar en el interior de los individuos, en crear escenas extrañas y confusas y en generar una visualidad estética que esté al día con las características y modelos a seguir por su generación.

«Modos de refuncionalización del paisaje, clara intención de experimentación y búsquedas, y que pretenden transitar por caminos opuestos a los del paisaje convencional o mimético…» son algunas palabras escritas por David Mateo a propósito de la exposición personal de los Serones en la galería La Acacia (agosto-septiembre, 2015). Aquí, los artistas presentaron al criterio del público la serie Hospederos, título de la muestra, la serie Neo-Posturas, y algunas piezas realizadas para la ocasión.

Hospederos, entonces, se torna en un grupo de obras que sintetizan gran parte de su creación, son cuatro años de trabajo que se exhiben y se convierten en evidencia de todo su quehacer formal y conceptual; entre ellos, y con David Mateo al mando, hicieron una selección de las piezas más efectivas, las que poseían un equilibrio estético listas para ser mostradas. En el espacio de la galería, encontramos toda una historia y metodología funcional que le otorga protagonismo al proceso mismo.

Serones, es sinónimo de actitud, de técnica, de sensibilidad, de experimentación. Serones, es una mirada otra hacia el paisaje, donde lo macro y lo micro, las texturas y las transparencias se vuelven un solo componente en el cuadro. Su visualidad está ligada con los sentimientos, con el universo sensorial que nos rodea; son dos artistas experimentales que se proponen desde el principio indagar en la mente de los espectadores, jugar con ellos y con su propio proceso de trabajo. Tienen ante la pintura una postura radical que los hace originales y que les permite expresar que todo es una simulación.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Marlon Portales

Apuntes a propósito Grand Tour 1

por Gladys Garrote Rigau

Una mañana de julio recibí el primer paisaje que Marlon me regalara. El atardecer californiano llegaba a mí en prosa y cargado de ambigüedades propias de a quien no le es posible apresar la maravilla pero lo intenta.

Me fascinó el hecho de que este muchacho, nacido en una región de naturaleza descollante, se impactara ante la delicadeza cuasi mística de la costa oeste norteamericana. Pero funciona así: cuando la percepción es sacudida por altos contrastes el espíritu se conmueve.

Durante aquel verano tuve la oportunidad de corroborarlo. Ansiosa recibía a diario en mi buzón de correo extensas descripciones de Los Angeles, San Francisco, Corona del Mar; me trasladaba de las zonas costeras a los suburbios, para luego adentrarme en las variaciones cromáticas y sonoras de los barrios latinos. Marlon me brindaba esa naturaleza ajena a mí pasada por el tamiz de sus sobresaltos; lo reconstruido no era procesado por pensamiento objetivo, más bien resultaba del frenesí sensorial, de la excitación de los sentidos. Era prematuro, inmediato, inconexo, caótico…; reflejaba la impresión que el nuevo medio explorado producía en su sensibilidad.

Hombre y naturaleza me llegaban fusionados. Él imponía el sentimiento a la razón: presentaba el entorno impreciso para revelarse, a sí mismo, en su dimensión espiritual.

Compartir su experiencia de explorador me permitió también ir figurando una imagen particular de Marlon. Tal honestidad se me hacía difícil de corresponder. Me quedaba, entonces, revelarle los paralelismos que encontraba entre sus vivencias y mis referentes. Intercambiamos pensamientos acerca del viaje, de cómo se había manifestado en arte, de la trascendental figura del viajero para el completamiento de la noción del mundo…

Recuerdo con especial cercanía la conexión que establecí entre Marlon y los viajeros románticos del siglo XIX. Para mí, su aproximación al paisaje estaba cargada de aquel impulso que priorizaba la impresión global ante el detalle científico. Él, como aquellos, se fundía con el medio para generar una visión personal de lo vivido.

Esa conexión se hizo aún más evidente cuando una vez en Cuba, me entregó su impresión del paisaje auxiliándose de herramientas que le eran, por entrenamiento y academia, mucho más familiares. Con Nueva York, Italia, California y Alemania, me cautivó gracias al mismo espíritu romántico de su prosa, pero desde la intimidad del estudio, el ensayo y la experimentación cromática en la pintura de pequeño formato.

Las pinturas, al igual que sus construcciones verbales logran hacer manifiesta la particular relación sujeto/entorno, sujeto/naturaleza ajena; pero a diferencia de aquellas, parten del procesamiento intelectual, de la calma que viene con la reflexión. Empero, tal calma no implica necesariamente definición, concreción: sus producciones pictóricas se asemejan al recuerdo; como la memoria, regalan fragmentos difusos que repasan sensaciones provocadas por el paisaje: buscan reconstruir la experiencia vivida, mas no representar el espacio donde se vive la experiencia.

Es por ello que el resultado pictórico renuncia a los lugares comunes de las ciudades motivos -todas regiones muy conocidas, altamente visitadas-, casi los rechaza; descarta el landmark, y apuesta por lo indeterminado, por el espacio no distintivo, el deshabitado. Marlon disipa la conexión con el referente y se acerca a lo abstracto para evocar lo metafísico del espacio habitable. Reconstruye atmósferas asociadas a la ciudad y al clima de acuerdo con la estación del año en la que estuvo presente; y esas atmósferas, al tiempo que permiten el vínculo de las piezas con las ciudades motivos, generan una nueva experiencia visual-estética y poética para el que las observa.

No obstante lo disipado de los referentes, es posible encontrar en sus pinturas figuras que recurren. De ellas resultan particularmente oportunas las que irremediablemente hablan del viaje: los puentes, túneles, muelles, trenes (tantos las representaciones vistas desde el tren como el propio medio de transporte), las estaciones, los aeropuertos, cementerios, son evocadoras de una perenne mutación existencial. Desde su condición de emplazamientos de tránsito – en asociación directa a la ligereza pictórica con la que son construidas- funcionan como metonimias del viaje en constante devenir, cambio, metamorfosis inapresable. Sus pinturas hablan del viaje, a través de paisaje, como desplazamiento material asociado directamente a la libertad individual.

Grand Tour asoma como una exposición monumental. Más de 600 piezas se apoderan de la galería dispuestas en paredes y techos. Sobrecoge la inmensidad del conjunto y la imposibilidad de aprehenderlo; oprime la pintura y se siente uno convidado a estar presente en un espacio cargado de testimonio y experiencia. No queda más que intentar revivirla (la del artista) y dejar que la atracción provocada por determinados estímulos nos acerque a unidades puntuales, a fragmentos de entorno experimentado, y al resto sentirlo como una nueva atmósfera, como macropaisaje autorreferencial, como evidencia de que el camino para apresar la maravilla es azaroso pero transitable.


1. Grand Tour. Exposición personal de Marlon Portales con curaduría de Gladys Garrote. Galería Galiano, La Habana, marzo/abril, 2017.

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Revista arte cubano
Stories (ES)

Yonlay Cabrera

Semblanza personal

 Por Y.C.

Mis primeros años de estudio en una escuela de arte me permitieron superar el complejo de culpa que sienten algunos, ante una posible incapacidad técnica. En ese tiempo dibujé de forma frenética y pinté cuanto pude, mientras sentía que necesitaba hacerlo. Al parecer tenía buena mano, según las notas que obtuve por los ejercicios de clase y los criterios de mis colegas de entonces. Después, pasé cinco años de estudios universitarios en la carrera de Historia del Arte. Esa formación dual tanto desde la práctica como desde la teoría, ambas con el rigor de dos academias ancladas en modelos decimonónicos, marcó inevitablemente mi forma de entender el arte.

En mi trabajo, he tratado de mantener a un mismo nivel la intuición emocional y la racionalidad teórica. Pero esta situación me coloca bipolarmente entre dos campos que se contraponen y excluyen entre sí. Quizás por eso trato todo el tiempo de buscar una intermediación transdisciplinar en otras ramas del conocimiento, que complementen la batalla de intereses que enfrento conmigo mismo al concebir una obra.

El camino que he seguido en los últimos años ha sido investigar la relación entre arte, ciencia y tecnología en entornos de colaboración. El producto resultante aspira funcionar de forma autónoma en cada uno de los campos implicados, sin protagonismo excesivo hacia un lado u otro. Mi posición en cada proyecto, ha sido la orientación temática y acaso la toma de decisiones puntuales; pero ello nunca de forma impositiva, pues respeto mucho la capacidad creativa de los colaboradores.

Un nuevo giro de intereses surgió en mí, tras el profundo impacto que sentí al leer La Crítica de la razón pura de Immanuel Kant. De ese punto en adelante, comencé una voraz sucesión de lecturas que me llevó a descubrir la lógica, y con ello todo un apasionante mundo en la lucha del intelecto humano por sobrepasar sus límites y tratar de comprender lo más certeramente posible las capacidades de la razón. De vuelta al mundo del arte, comencé a reorientar mis referentes partiendo de la ruptura de los años 60, específicamente las inclusiones a nivel conceptual de artistas como Hanne Darboven y Bernar Venet, la disciplina de Roman Opalka y On Kawara y el espíritu minimalista de Fred Sandback y François Morellet.

En Cuba la búsqueda me llevó hasta los concretos, específicamente a Sandú Darié, artista por el que siento una gran admiración. Con mi trabajo futuro pretendo extender a nivel analítico sus investigaciones sobre la distribución espacial de estructuras y sistemas modulares variables.

Paralelamente continuaré estudiando los cambios sociales incorporados por las nuevas tecnologías, con énfasis en la dimensión ontológica del sujeto desconectado; el libre ejercicio de la voluntad ciudadana y la importancia de la ética como sustento de la expresión individual.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Ramón Williams

Ensayos de “arqueología contemporánea”

Por Sergio Fontanella

¿Qué cuenta una historia, más allá de una acción ejercida, de una huella dejada al paso, al devenir? ¿Cómo contarla si está destinada a la ambivalencia? Los espacios en su sentido más amplio, a través del lente fotográfico son testimonio de un proceso de mutación. Lo más significativo de ellos es aquello que al caminante habituado no le sorprende, mas de algún modo imperceptible le moldea y define. Los espacios, el espíritu definible de una época, el movimiento que subyace en un edificio que se construye o consume, la marcas que aparecen por la interacción con el hombre…excepto el hombre mismo representado por intencionada omisión, todo lo que atañe a su circunstancia puede ser motivo de una subjetividad y técnica fotográfica bien orientada y coherente en la observable gestación de un corpus creativo exigente y sugestivo.

La paradoja en el decursar más reciente dentro del continuum creativo de Ramón Williams se define por la descontextualización, la ficcionalización, la manipulación de ideas subyacentes en aspectos cotidianos que sin un contexto elemental tampoco existirían. Al hacer zoom in a una columna derruida inmersa en un contexto de ruina y decadencia (Torso) hay también un cambio de signo. El contenido se desplaza de la ruina a la contorsión estética. La columna derruida posee una corporeidad escultórica que sugiere la acción de un escultor cincelando la materia arenosa en convivencia con el cambio de los tiempos, y la manera en que los espacios se marginalizan y extravían su función originaria. Hay una inquietud propiamente plástica que se sumerge en las potencialidades intrínsecas de la forma, del volumen y su fuerza narrativa. Así como Época Elíptica investiga la textura propia del metal herrumbroso, con sus múltiples implicaciones, a la vez que la forma elíptica trae a colación la vecindad con lo divino. Símbolo y forma convergen, experimentando, también en piezas como Skin care and trace, Interview in Collins Ave # 6, Squash court part II, One and three yellows. Nótese que en los ejemplos citados el hedonismo instigando la forma y una subjetividad casi poética vienen a marcar una de las ambiciones más reconocibles dentro de la producción artística de Williams.

El texto constituye otro leitmotiv inspirador. A ratos hilarante, casi siempre irónico en títulos (El rollo gay; Good morning, ghosts!) e imagen, mayormente cuando constituyen un diálogo entre el artista y su composición. Desde otra perspectiva aborda el texto como parte de la imagen capturada. Una tipografía de disímil extracción que se plasma en una pared (Untitled (Beauty, Figura azul), un comercio, una valla publicitaria. Nada denota ingenuidad, pero tampoco certeza. Vemos entonces preguntas que se abren, historias que se sugieren, se ensayan sin agotarse. El matiz cuestionador, la sorna velada convida reflexiones de índole social e indefectiblemente humano. Los conceptos, apuntalados entre palabras, textos a modo de grafiti o restos de publicidad de cualquier tipo, interaccionan entre sí: decadencia, humor, gracia, desidia, cristalización de valores, inventiva, bilingüismo…cuando combinan sentidos producen ideas, tal vez el fin último de una estética que se acerca a su propia definición.

Ciertos aspectos en la producción de Ramón Williams tienden puentes más hacia el devenir del arte de post-guerra y de post-modernidad y sus irresolutas conspiraciones. Hay dos que particularmente encuentro interesantes y probablemente causen extrañeza al propio artista. De un lado Alberto Burri, y sus informalistas reclusiones en la materia, las texturas, la mancha y la huella, para encontrar esencias. Esencias de la más universal y atemporal de las ambiciones humanas, dejar una marca, perdurar. Tal idea o pretensión está también en la obra de Williams, el transcurrir y el dejar huellas para una “arqueología contemporánea” (Twelve traces) por parte de un sujeto que, sin embargo, es categóricamente excluido de la composición. Excluido en apariencia, porque precisamente en la omisión cobra fuerza la idea del sujeto, de la persona cuyo automóvil hace marcas que asemejan peces u otras criaturas que estimulan una fantasía procaz y urbana (Nap of the hollow giant, Ocho púrpuras, Darwin drawing I…). La idea que también cobrara fuerza, salvando diferencias de motivación e históricas en las pinturas “fotorrealistas” de Richard Estes, sus desolados paisajes urbanos causantes de inquietud y tensión.

El espacio físico en que se sitúa su lente es mayormente Miami y La Habana. Dos ciudades que dialogan y protagonizan no una sino diversas historias, que se reinventan y deconstruyen. En la sensibilidad de Williams hay fronteras que evidentemente se desdibujan. Así, sin descaracterizar en modo alguno todo el repertorio simbólico e histórico que acompañan a cada una -Miami y La Habana-, quien las vive y capta fragmentos susceptibles de mutar a planos fotográficos, es un habitante de ambos mundos por definición y de algún modo también credo. Este tal vez sea su diálogo más personal, que a su vez expresa preocupaciones y sensibilidades de una generación de cubanos clave en la comprensión del desdibujamiento y reinterpretación de nuevos mapas culturales basados en la emigración.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Lisyanet Rodríguez

Blooming

Por Gabriela Azcuy
 

Lo bello es feo y lo feo es bello

Repiten a coro las tres brujas en el Primer Acto de “Macbeth”

 

Umberto Eco identifica tres fenómenos de lo feo en su libro “Historia de la Fealdad”: la fealdad en sí misma, la fealdad formal y la representación artística de ambas.

El primer fenómeno se encuentra fácilmente en un excremento o podredumbre. La fealdad formal, por otro lado, es el “desequilibrio entre la relación orgánica del todo”, una persona, por ejemplo, que carece de una de las partes de su cuerpo. Sin embargo, como apunta Eco en su investigación, desde Grecia hasta la actualidad se ha reconocido que cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una representación artística fiel y eficaz (lo que entendemos como el tercer fenómeno). Véase Aristóteles (Poetica), cuando habla de la posibilidad de realizar lo bello imitando con maestría lo que es repelente; y Plutarco (De audiendis poetis), donde apunta que, en la representación artística, lo feo imitado sigue siendo feo pero recibe como una reverberación de belleza, procedente de la maestría del artista. 1

Con la Serie Blooming, la artista Lisyanet Rodríguez, cuestiona lo cánones de lo Feo, establecidos en nuestra cultura. Ella, desde una profunda atadura emocional a la naturaleza y la humanidad, considera que todo ser vivo es bello, pues todo nacimiento, florecimiento —Blooming— es un proceso de esencia mágica.

En la cultura occidental contemporánea, (aun cuando en la apreciación formal de lo Bello y lo Feo existen variables individuales, de idiosincrasias y comportamientos desviados a tener en cuenta) 2 el no equilibrio de un ser, la presencia de deformaciones en tanto ruptura de lo usual, lo convierte automáticamente en portador de una fealdad formal, a la vista de la mayoría de sus coetáneos.

Imaginemos que vemos por la calle a una persona con la boca desdentada: lo que nos molesta no es la forma de los labios o de los pocos dientes que quedan, sino el hecho de que los dientes supervivientes no estén acompañados de los otros que deberían estar allí, en aquella boca. No conocemos a esa persona, esa fealdad no nos implica pasionalmente y sin embargo –ante la incoherencia o la no completud de aquel conjunto- nos sentimos autorizados a manifestar que aquel rostro es feo. 3

Bajo este contexto, la artista se decide —con una destreza técnica exquisita— a crear obras que proyectan al espectador ante una fealdad formal y la representación artística de la misma. El público por segundos se encuentra en una encrucijada receptiva. Pero ella sabe usar a su favor el valor aurático de la obra de arte. Desde sus lienzos y cartulinas exonera a aquellos seres deformes, en desequilibrio, incompletos, distintos, y los eleva a una categoría de belleza sublime. Los dolores, miedos y desidias sufridas por sus figuras son reivindicados con afán enérgico. Pues, como todos los entes provenientes de la naturaleza, tienen cualidades únicas, tienen cierta belleza.

Es interesante cómo varía diametralmente la representación animal y la humana en esta serie, aun cuando el sintagma temático es el mismo. Los primeros, dibujados a lápices de colores sobre cartulinas de fondos blancos; son en su polimorfismo, deformes felices.

Sin embargo, en la representación de la figura humana, la teatralidad y el sufrimiento aparecen. Realizados sobre grandes lienzos con tonos grises y ocres principalmente, la obra es totalmente autorreferencial. Los rostros de la artista se repiten ante el espectador y emergen cuerpos femeninos sin rostro o porciones cercenadas de manos y pies. Es como si la artista exorcizara sus más profundos miedos y los sacara a la luz. Constantemente la mirada se escapa, se oculta, desaparece (Hunting Butterflies, 2017; Stumble, 2016; Holding on, 2016). Y cuando mira, no nos interpele, solo posa, como ente flotante de otro mundo (Fallen Princess). Pueden ser inquietantes y lamentables, también teatrales, románticos y melancólicos. Pero siempre busco inspirar sentimientos de amor, dulzura, bondad, ternura y belleza que son parte eterna y universal de la condición humana –asegura la artista.

Lo cierto es que con maestría técnica, desde el arte (representación), la artista eleva la fealdad formal a la categoría de lo bello. Pero además, subvierte sus códigos. Pues coloca al espectador ante una nueva realidad estético-emocional. Lo hace cómplice de la belleza de estos seres. En sus propias palabras, “los humaniza”.


1. Cfr. Umberto Eco: “Historia de la Fealdad”. Lumen, Italia, 2007, PP. 16-20.

2. Cfr. Ob cit p. 16.

3. Ob. Cit p.19

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Lázaro Saavedra Nande

Adiós Charlie Brown, o juguemos con la Coca Cola

Por Estela Ferrer

Supongo que es puramente una cuestión de horizonte temporal ya que mi generación creció con Disney, y las fantasías de los príncipes y mucho menos tecnología. Esos condicionamientos culminan generando otros modos de pensamiento, pero para los jóvenes de hoy ¿qué puede representar Charlie Brown, personaje principal de la serie de tiras cómicas -y su posterior estreno en televisión de la mano de Bill Meléndez- conocida por el nombre de Peanuts, del norteamericano Charles Schulz?

El arte ha demostrado ser un campo muy fértil para las interpretaciones. Ese chico -Carlitos- inquieto y nervioso de seis años, que permanentemente usa camisa amarilla con franjas negras, pantalón negro, zapatos cafés y sólo tiene tres pelos en su cabeza, sirve al joven artista Lázaro Saavedra Nande (La Habana, 1995) como arquetipo para hablar de su generación.

A primera vista desfilan por cartulinas y lienzos: Batman, los amigos de la pandilla de Charlie Brown, modelos y actrices americanas, como fundidos en un carnaval que sigue más bien las marcas de una generación, el ritmo característico de las sesiones de música electrónica y los espacios de moda de la dinámica vida habanera.

En la obra de Lazarito abunda la cita, el referente histórico, ya sea en un hecho social o político. Existe una voluntad de adentrarse dentro de espacios donde acuden personas de alto poder adquisitivo y desde ahí hacer una crítica, al mundo «pijo». Sin embargo, su focalización en fenómenos que alcanzan mayor intensidad entre los jóvenes, no lo aleja de analizar las situaciones desde otras aristas como la irreverencia. En un tiempo donde moda y tecnología han conquistado gran parte de la vida privada y urbana es atendible ver a un joven artista tomarle el pulso a lo que acontece.

 

Del Tabú a Requiem to Ortensia

Hagamos un alto. Schulz, quien declaró varias veces a la historieta como género menor, logró un gran reconocimiento por incorporar la vida cotidiana de sus personajes, por la lucidez que tenían varios-a su corta edad-para enfrentar y analizar problemas. Y, un detalle importante, toda la serie va sobre la adolescencia y niñez. No hay adultos.

Lazarito discursa sin temor, sobre fenómenos de las dos orillas y Carlitos-aunque no es su único personaje-le sirve de ícono motivacional, habla del otro lado. Evoca esa otra cultura en comportamientos, prácticas como la fiesta rave, las salidas de amigos y, al mismo tiempo, simboliza una cultura hippie, ajena, pero retomada con gran fuerza en la isla después de ser vetada por años, al ser considerada ideológicamente incorrecta.

Talking about my generation pudiera parecer solo la documentación de todos los modelos extranjeros, recuperados-después de grandes críticas-y puestos como centro de culto e imitación. Sin embargo, su obra como mismo documenta, critica. La chica semidesnuda, la gárgola que oficia como centinela, los personajes de películas americanas junto a colores a lo pop y el ícono de la carita feliz integran su discurso. Todos constituyen figuras que le sirven para su principal meta: hablar de su tiempo.

La producción de Lazarito va a alimentarse de ese pasado histórico, plagado de símbolos e íconos, que van a ser representados en un dibujo muy limpio, trabajado a simple lápiz o a modo de collage. En el segundo caso, el personaje o personajes principales van a dialogar con figuras extraídas de tiras cómicas, envases de productos importados e indistintamente serán colocados sobre fondos estridentes.

En ocasiones, estas ideas son resueltas a partir de intervenciones u obras instalativas. Intercambio y diálogo abierto muestra una lata de Ciego Montero junto a una Coca Cola. Es su modo, desde la metáfora, de aludir a la relación bilateral entre ambos países, no sin cierta dosis de ironía. En Tabú apela a una solución diferente al unir sobre una mesa varias revistas de cómics, y apuntar directamente a lo que no se podía consumir en los 60 y, finalmente, en Réquiem to Ortensia, parte de una historia-una de sus pocas piezas que es totalmente narrativa-donde se conocen el primer artista primitivo y la primera crítica de arte, una obra muy empática que sugiere a la relación dual entre ambos saberes.

 

Dilo como Elvis

El juego con arquetipos realmente no es nuevo en la Historia del Arte. Pensemos un momento en nuestro Carlitos, que decide afrontar los problemas de su vida tanto en soledad como en compañía de sus inseparables amigos. En la poética de Saavedra ese estado se sustituye por uno de anestesia o por una postura, la de ser un joven con actitud elvispresliana; título de una de sus instalaciones que se constituye de un vaso con la figura de Fidel y la consigna ¡Viva Cuba Libre!

Sin censura (según un chico con carcasa de pijo) y Con un arte por los pijos y para los pijos (dentro de los pijos todo, fuera de los pijos nada), son dos series que continúan tomando como centro del discurso meditaciones acerca de su generación. Cierra este tema la serie Nuevos Pinos donde hace alusión al discurso de Ernesto Che Guevara sobre el concepto de Hombre Nuevo que debía nacer y ser parte y fruto del naciente proceso revolucionario.

En estas últimas obras las soluciones son disímiles, pero todas parten de un estudio minucioso de la historia de Cuba, Estados Unidos, China o Rusia, según el caso. Hecho que demuestra su necesidad de constantemente estar informado. Cada pieza discursa sobre el presente-o un extracto breve-de tiempo, pero si algo posee es seriedad en su ejecución y en la propuesta que plantean. Lazarito ha elegido temas complejos, que sitúan a la historia como centro medular no pocas veces de su trabajo, incluso cuando parece que solo la música al estilo de los Billboard o Ibiza le interesa.

El universo pijo lo que le aporta son modos, un leguaje diferente para expresarse que lo conduce a una actitud más liberadora, desprejuiciada, enérgica y pop. Podría decirse que esa es la fuente de sus soluciones visuales, donde la Coca Cola convive sin problemas con una imagen de la princesa Jasmine desnuda para hablar del prototipo de las nuevas chicas. En este espacio contaminado de informaciones de Facebook y tantas redes, nada mantiene su valor como algo sagrado, intocable. Las acciones, figuras y hechos pueden ser puestos entre paréntesis, desprovistos de su carácter sacro. De todos modos si el proceso de recepción se le hace complejo no se preocupe, él sólo le propone decir a ratos, hola y adiós a Charlie Brown o seguir jugando con la Coca Cola.

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Revista arte cubano
Stories (ES)

Gerardo Liranza

Desafíos de la representación

Por Hilda María Rodríguez 

Más de una vez han sido cuestionados los límites de la representación, siempre -eso sí- vinculada a lo que en última instancia la sella, la legítima o devalúa, que no es otra cosa que el sentido. Mucho “sufre” la escogencia del hacedor cuando el aura aristotélica despierta como precedente de la semblanza de la pintura resultante.

Horas invierten aún los artistas tratando de reivindicar o de darle el golpe de gracia al lenguaje. Lo cierto es que -mercado aparte- continuamos sin podernos desembarazar de lo que marca y quizá explique la perdurabilidad de las diatribas acerca de lo que se representa. Eso es, la experiencia pictórica y la posibilidad de reidear una lectura -la interpretación escribiría Danto- de lo que se convierte en “motivo”, sin olvidar el valor del proceso.

En ningún caso me estoy refiriendo a meras representaciones, reproductivas, antes más bien deseo privilegiar la “información”, el sema si se prefiere, más allá de la teoría socrática que incluso puede resultar conveniente en estos tiempos postmodernos. Justo en medio de las sinuosas reflexiones coloco las obras más recientes del joven creador Gerardo Liranza.

La historia de Liranza comienza con la fotografía como documento de aquel fragmento real primigenio que, luego se integra a todo el proceso de creación de una “nueva realidad” perteneciente al acontecimiento pictórico. Y como de representación estamos tratando, podría pensarse que, dada la naturaleza delmotivo visual o espacio físico escogido, éste puede ser captado para habitar en la vastedad de la fotografía. Solo que también existen las diferencias entre los medios y ello me hace reconocer que la necesidad de la representación pictórica está muy vinculada a la expresión, a los recursos y efectos propios del acto de pintar.

Con esto no estoy siquiera sugiriendo que -especialmente hoy- la fotografía no se muestra bondadosa en sus potencialidades, cuando realmente se brinda plena para transfiguraciones, dotada para la excelencia técnica y el más sofisticado y virtuoso de los manejos retinianos. Ello, sin dudas, deviene desafío para el resto de los caminos de creación, mas deseo consentir las fascinaciones propias del rito pictórico.

Liranza trae un “asunto” recurrente y no por ello menguado, porque siempre se distingue el valor simbólico, la sugerencia del artista. Estamos ante espacios que pertenecen a la reminiscencia, construcciones que otrora vivieron a través de la actividad productiva, antiguos galpones, almacenes, que hoy exhiben más bien sus restos y reclaman ser retomados por el imaginario artístico.

Gerardo interviene desde un gesto arqueológico, recupera, reabre el capítulo de la memoria y, la pintura le coloca en otros caminos que le permite escrutar los potenciales expresivos de la propiedad corpórea del óleo. El empaste, el grosor del pigmento aplicado pródigamente en ocasiones, supone también que pueda referir la materialidad, como ocurre en la pieza Respiro, en la que casi se fuga el reconocimiento de la apariencia real tras la imposición del “close up”, el efecto casi abstracto de los detalles texturales y las pastas blancas, grises y negras.

El díptico Vestigio, dimensiona las estructuras de metal que el paso destructivo del tiempo ha dejado al descubierto, pero al mismo tiempo podemos notar la interacción que resulta entre el entramado de metal y las cubiertas de concreto, tanto como la caprichosa superposición de planos. En algún sentido el accidente le ofrece al artista el pretexto para connotar las beldades de la arquitectura, de los tejidos lineales que antes fueron sostén y ahora crean espacios ilusorios y hacen habitar las sombras y las luces.

La dejación del documento fotográfico le libera para la creación de paredes que destacan en blancuras sospechosas, puras, que se erigen señales transgresoras de la lógica en medio de las ruinas, como ocurre en Reconversión.

En última instancia estamos dando crédito al valor de lo sensorial, al lícito sentido de la esteticidad o la adjetivación metafórica, sin despojar al receptor de la información que, en este caso tiene que ver con un llamado sobre la pérdida, el abandono, la desjerarquización y también la transmutación de las cosas. Los recursos visuales, la ponderación incluso de lo que atrae, léase la exhibición de la perspectiva lineal dada por las tramas férreas de las vigas en esa suerte de galpones, las cuales perturban en su perfección ingenieril, ahora presumiblemente “retocadas” por la sutileza de los claroscuros y su prolongación en las sombras, tan rigurosamente propuestas en Desmantelamiento y Restos. De otro lado está la integración a través de la perspectiva aérea, la insinuación del entorno natural como referencia del enclave real para que nos percatemos que más allá hay vida (Vestigios).

Muchos otros efectos completan el interés visual, los cuales se revelan en las transparencias de ligeras acumulaciones de agua en el suelo, manchas de humedad o pintura desprendida en los fragmentos de fachadas, los paredones quebrados. La apariencia es surrealizante e incluso escenográfica, y mucho tiene que ver con la reconversión que el propio título de una de las telas se encarga de hacer obvio como deseo.

Hay algo de vanidad en el desafío a una mera representación y hay mucho trabajo, pero al servicio de esa apelación a las soledades y al misterio habitado por la memoria, aunque no sepamos ya como se nombraron tales construcciones o donde aún resisten sus “osamentas”, con una dignidad vertical que es enaltecida por un golpe de luz, en su cualidad de energía. Esa asunción casi ética, convierte estos lugares en argumento más que en excusa para el artificio técnico; en fragmento sustantivo, trocado por el modo en que Liranza lo vio o más bien lo reinventó para nosotros.

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CdeCuba Magazine No.22
Stories (ES)

Dayron Gallardo

Sólo quedan fragmentos

Por Marta Mariela

Con una obra de madurez in crescendo a la par que briosa, Dayron Gallardo nos trae nuevas reflexiones en su última producción pictórica. Lo primero que asoma es la disposición espacial de las configuraciones creadas y el abandono del colorido de sus piezas precedentes, para expresarse a través de las sombras y las texturas.

Los ambientes propuestos destacan por la capacidad de interrogar y de sugerir respuestas, pues no son espacios concretos sino espirituales; sitios en los que habitan los conceptos. Indaga sobre la esencia de los fenómenos y nos involucra pues no desea emprender la búsqueda de respuestas en solitario. Necesita la compañía del espectador que le ayude a acariciar la piel de esos conceptos. Los títulos usados son una manera de articular el fragmento, propósito de todo su quehacer, y nos desafían a seguir un camino de lectura aunque al final, encontremos otros muchos. En este sentido, su obra se torna ambigua y filosófica por las atmósferas creadas, de apariencia cósmica, y la profundidad de los títulos.

En No sé, pero hay algo que explicar no puedo, una figura en forma de puño cerrado aparece desde las sombras texturadas, lo cual pudiera estar aludiendo a la representación de la mano de Dios. Por su parte, en ¡Oh, Dios mío! se coloca una gran masa ensombrecida, porción de “algo” mayor, en dirección hacia la luz que atrae.

En propuestas anteriores, ha jugado con la escala y el formato de las obras. Ahora, este juego se hace consciente, premeditado, con el objetivo de acentuar el contraste entre las piezas. El tamaño responde a esa manera que el artista tiene de expresar mejor lo que necesita decir: hay ausencia, solo quedan fragmentos.

Dayron Gallardo es esencialmente un pensador. Sus apasionadas preocupaciones desbordan su ser. No estamos ante piezas fáciles, ni visual, ni conceptualmente. Es un artista talentoso con una espiritualidad poco común. Su discurso intenta develar el misterio de lo que significan la ausencia, el fragmento, el amor y la belleza.

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CdeCuba Art Magazine No.22
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Luis López del Castillo

La pérdida progresiva de la memoria

Por Roxana M. Bermejo

Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, alguna tarde se preguntó -seguramente aceptando de antemano la desaparición de la entidad pensada-, qué pasaría “si dejara de soñar contigo”. No fue Carroll el primero en cuestionarse semejante arbitrio, allí había un Descartes como precedente con aquello del Cogito ergo sum… Y tampoco sería el último: entre otros, nos alumbró el Borges de Las Ruinas Circulares. Hoy llegamos a Luis López del Castillo, quizás menos conocido entre tantos grandes, pero igualmente obsesionado por la influencia definitiva que ejerce un hombre sobre su propia memoria y cómo este subconsciente se extrapola a lo que llamamos “realidad”.

Insular de aspiraciones, López del Castillo (Camagüey, 1976) es egresado de la Escuela Vocacional de Arte y de la Academia de Bellas Artes. Esta formación, al seno de las prestigiosas instituciones cubanas, lo conducen junto a otros jóvenes de su generación a formar parte de Los 16, un grupo de artistas noveles que, como él, fueron seleccionados para mostrar sus obras en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de la capital habanera (Proyecto Personal, 2002). A esta exposición, seguirán algunas exhibiciones individuales por las cuales pronto de hace merecedor de una residencia artística en Milán, Italia, auspiciada por Spacio Xpo & Liz (2003-2004). Posteriormente, arriba a Estados Unidos, como parte de Edge Zones (Art Basel/Art Miami (2006-2007)) y desde entonces, otros escenarios le han dado la bienvenida, como es el caso de la exposición Arte de Cuba, celebrada en Toronto en 2009. Merecedora de lauros como el Primer Premio del Salón Joel Porto, la creación plástica de este autor se mantiene actualmente en un continuo fluir entre las Vegas y Miami.

En su condición de artista siempre en metamorfosis, Luis hace uso en sus piezas de técnicas diversas, como la fotografía manipulada, la pintura y la representación objetual, intentando romper los compartimentos tradicionales, pero al mismo tiempo, amparándose en ellos. Pudiera decirse que esa es la condición básica de su producción: la alternancia entre puntos remotos y excluyentes, que no solo se evidencia de manera física en la superficie de sus obras sino que viaja también amalgamada en sus temas más citados: las problemáticas inherentes al ser humano y los diferentes grados de permisibilidad que estos hallan al seno del circuito social.

Asuntos grandilocuentes como “los vestigios del tiempo”, “la verdadera esencia”, “las energías vitales”… lo dominan, de manera que, a la postre, su obra no puede explicarse más que como una proyección de sí mismo, o de la persona que la lee. Sabe López del Castillo que la pieza pertenece tanto al espectador como al artífice, y de esta forma ubica su creación a medio camino entre lo personal y lo universal. Solo así se justifica la existencia de títulos como Pérdida progresiva de la memoria, donde el no-lugar se sobrepone a cualquier localismo que pudiera anclarnos a la realidad única del autor. Sus escenas y personajes recuerdan ese toque ácido del expresionismo alemán, que más que sardónico resulta preocupante, enfermizo. Asumo que se esconde tras ese modus operandi la intención de decirnos que lo que nos rodea es solo la vaga imagen, la proyección tenue de nuestro propio mundo interior. ¿Será el hombre capaz de nombrarlo todo? ¿Lo que escapa al sustantivo se libera del peso de la memoria? Quizás estemos siempre abocados a estas presiones, como al abismo que se extiende, grisáceo, en alguna de sus pinturas. López del Castillo, desde esa niña de arena que (des)dibuja en la arena, nos pregunta.

A estas alturas, todavía no me hallo en condiciones de responderle.

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Stories (ES)

Katerine de La Paz

Elegía en clave pictórica

Por Carlos R. Escala Fernández
 

…nos habíamos encontrando en lo profundo de un sueño,

pastoso y verde como el río desde la verja…

Antonio Benítez Rojo (Estatuas sepultadas)

 

Con la aplicación de La encajera de Vermeer, Katerine de la Paz prosigue su faena. Sus pasos han seguido en cierto modo y sin saberlo aquellos consejos de Rainer María Rilke a un joven poeta de la academia militar de las cercanías de Viena. No obstante, muy poco hay en común entre el cadete Franz Xaver Kappus, ávido de un guía que le condujera por los senderos de la creación, y esta joven que marcha firme en pos de sus sueños.

Lo que en etapas anteriores era producto compulsivo de la intuición y el deseo irrefrenable de hacer sin pausa, ahora se muestra, no menos activo pero con el aderezo de la paciencia, en un lenguaje más lírico y razonado fruto de amorosa tarea, pues en palabras del propio Rilke toda belleza es una callada y persistente forma de amor y anhelo.

Antes pudo señalarse que cierto prurito de referencialidad de espectadores avezados en la materia les daría trazas imaginarias de momentos puntuales de Lovis Corinth o Clyfford Still en las telas de Katerine, o al menos de confluencias formales que en realidad no han ocupado espacio alguno de su universo, por cuanto han surgido de una íntima necesidad y no de un vago peregrinar estético por los salones démodé del siglo XX.

Su curiosidad innata y espíritu inconforme han recibido el estímulo de una maduración visible de los recursos pictóricos. Por ello, se observan reminiscencias de Winslow Homer, Turner, Whistler, Caspar David Friedrich y hasta, si se quiere, del Campo de trigo con cuervos de Van Gogh y de las estampas de Hokusai. ¡Fatua vanidad del que se espanta ante lo nuevo, del que perdió la capacidad infantil de llorar ante lo sublime!

Sus piezas se resisten a la comparación mientras ella hace un gesto acostumbrado. Ya no le sorprende el intento frustrado de interpretación que se expresa como rotundo logro de erudición, o como duda socrática o humilde percepción del milagro. No, la encajera desecha el boceto y trabaja cada día armada de su inteligencia emocional. Sobre el fondo plano en apariencia se vislumbran torbellinos, nubes fugaces, surcos, gotas o chorros, trazos semiautomáticos que danzan al compás de la imagen que Es, que puebla su conciencia. Como en palabras de Severo Sarduy, ella ha salido a utilizar el caos, convocar el azar, insistir en lo imperceptible, privilegiar lo inacabado.

Los juegos paratextuales de sus trabajos anteriores ceden terreno ante la experiencia de la plasticidad de los pigmentos, que insiste en poner, capa tras capa, hasta encontrar el matiz y el efecto esperado, o acaso uno surgido al azar. No existen figura ni fondo, planos o dimensiones (superpuestos o fundidos entre sí), sino un campo infinito en el que se trastocan las seguridades gravitatorias del universo antropocéntrico. Cielo, Tierra, Mar… ¿están ahí?

No hay aquí ninguna tiranía ni juego maquiavélico entre métodos y fines, sino cumplimiento del concepto kandinskiano de que el artista no sólo puede sino que debe utilizar las formas del modo que sea necesario para sus fines. Expresa un deseo nuevo de compartir su travesía ante la vivencia de circunstancias personales diferentes que no cambian el pasado, pero sí moldean sobre la marcha el presente. El poder conmovedor de esta etapa actúa sobre la apercepción, en sus sentidos filosóficos y sicológicos, de modo que ante la primera visión de las piezas un amigo solo pudo decir: ahí yo veo los cuatro estados del alma.

El espíritu se vuelca con libertad e incluso ante la más gélida combinación cromática fluye una sensación de calidez que sobrecoge. Katerine no se adscribe al uso pictórico de significados asépticos y convencionales. Recurre al lirismo musical y literario que nace de su vocación artística y sensibilidad personal y no rehúye ni demoniza la negra oscuridad de la noche, ni la frialdad de un témpano; más bien, todo lo contrario, pues en su visión expresiva de lo abstracto vibra con acordes románticos.

Como en cada muestra suya o trabajo singular, queda siempre algo de las series anteriores. Por eso se habla aquí de evolución, porque se percibe el proceso de búsqueda intuitiva y consciente a la vez. Si se le intenta ubicar según las tres fuentes o clasificaciones que aplicaba Kandinsky a sus cuadros (impresiones, improvisaciones y composiciones) quedará en un plano intermedio entre las dos últimas, pues la intuición y la razón juegan a equilibrarse con su sensibilidad estético-emotiva como vehículo.

Esta alma creadora canta en un constante estado de introspección y autoanálisis, de expresión y anhelo de una realidad sicosomática, del ser y su aspiración. El sonido interno de la forma sería ilegible sin el contenido místico que emana de una comprensión del mundo eminentemente poética que equilibra cualquier desasosiego, que desborda los límites planimétricos y se trasmite por contagio ante el primer atisbo de las telas por esos profanos que nos atrevemos a hollar su espacio milagroso.

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Revista arte cubano
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Alfredo Mendoza

Evocación y contexto

Por David Mateo

La pintura cubana emergente, vinculada a los géneros, está imbuida de una mezcla sugestiva de reafirmación y negación. Por un lado, y a la vista de no pocos adversarios de la tradición, varios creadores han retomado la práctica de manifestaciones históricas como el paisaje y el retrato, y han comenzado a reinventarse sus propios argumentos conceptuales y técnicos para poder asumirlo, sin la menor preocupación por los estigmas clasificatorios. Pero por otro lado, han decidido renunciar a aquellos códigos que conducen hacia una supeditación estricta al entorno físico de la isla y sus elementos emblemáticos. La estrategia está claramente dirigida hacia la búsqueda de nuevas variables de relación perceptual y sensorial con el contexto y sus ambientes, en las que se hacen cada día más obvio el desapego simbólico, la necesidad de autosatisfacción especulativa, y el deseo de interactuar con otras pautas foráneas de la producción visual.

Alfredo Mendoza es un artista que encaja muy bien en esa clase de inmersión bipolar dentro del género. Cuando uno visita su taller en la Habana Vieja se percata de inmediato de su profundo apego al trabajo con el retrato y la figura humana. Entre los numerosos cuadros que cuelgan en las paredes de su estudio no hay uno solo que ponga en tela de juicio esa elección personal. Por todas partes abundan rostros de mujeres y hombres de corte neoexpresionista, hábilmente dibujados desde distintas perspectivas, estructurados desde planos frontales o de perfil; recreaciones de cuerpos en máxima tensión anímica o en diálogo intrigante, morfologías de un sólido impacto expresivo, encaradas unas con otras.

Por la manera en la que han sido elaboradas las obras, uno pudiera pensar que el artista insiste, casi a contracorriente, en el reciclaje de imágenes de sesgos muy remotos, que aunque su impronta visual indica actualidad por el tratamiento suelto, impulsivo de las pinceladas, ella infiere también una evasión hacia determinados paradigmas universales de la pintura. Por momentos pudiéramos ver surgir en sus composiciones la huella leve de algún que otro viejo maestro (Renoir, Daumier, y hasta un Fidelio Ponce…) Pero ese gesto de aparente regresión, de tanteo con algunos motivos fundacionales, no perece ser otra cosa que una estrategia formal y estética para reafirmar el carácter dramático de la escena y el acontecimiento representado, su carga de significaciones. Ya lo afirme en una ocasión anterior: “Es la confrontación, el balance simbólico de tiempos históricos y procesos de vida, lo que subyace en los lienzos creados por Alfredo”.

Hay varios cuadros que respaldan a mi juicio esa conjetura. Podríamos remitirnos, digamos, a la relación enigmática, provocadora, que sentimos en una de sus composiciones en la que aparece una joven de facciones delicadas y un hombre mayor. La pieza concentra sus niveles de interpretación en la atmósfera sombría, vetusta del encuadre, y sobre todo en los atuendos y la impresión de época y categoría que diferencia a ambos personajes. Aunque uno tiende a leer el cuadro con la mordacidad de la experiencia cotidiana, no puede descubrir a ciencia cierta si estamos ante un lapso de seducción o de dominio, si la relación entre los protagonistas pasa por un momento embarazoso o sosegado.

También podríamos tomar de ejemplo un instante de dialogo “persuasivo” que intuimos en otra de las piezas, intuición que se acentúa a partir de la recreación de imágenes alusivas al encuentro entre un viejo y un joven, un maestro y un discípulo. Vista de conjunto, pudiera parecernos una pintura que recrea, incluso, personalidades atípicas de la antigua Roma. ¿Qué obstáculo o conflicto ha generado ese intercambio sigiloso entre el muchacho y el anciano? ¿Qué comportamiento -quizás intempestivo- ha pretendido moderar el maese en su supuesto aprendiz? ¿Qué táctica se confabula? Evocación y contexto son dos palabras claves para intentar descifrar la inducción metafórica de este pasaje.

Hay una obra en particular que resulta muy conmovedora, en la que se muestran dos personas abrazadas. Es una imagen de una emotividad elocuente y al mismo tiempo ambigua. Elocuente porque logra condensar, en un punto neurálgico de la composición, toda la carga trágica del gesto, y ambigua porque se indefinen las procedencias sociales de los implicados, los límites circunstanciales y temporales en los que están inmersos. Me parece curioso que en este último caso, y en los otros mencionados anteriormente, una de las dos figuras aparece siempre de espaldas al espectador; y aunque nos vemos sus facciones, en ella se conjugan la idea de recepción y catalización de la intención del otro. Es una figura que ayuda a cerrar el ciclo de cualquier posible interpretación.

Las estructuras narrativas de la pintura de Alfredo Mendoza están apoyadas, esencialmente, sobre la incógnita temporal y la libertad especulativa. Cualquier deducción a la que arribemos, por contrapuesta que parezca, y siempre que adopte razones consustanciales, podría llegar a tener sentido dentro del proceso valorativo de las obras. Cuando digo “razones consustanciales”, me refiero a los contenidos básicos que hay detrás del montaje de sus episodios, más allá de las particularidades de su manifestación. Pienso a grandes rasgos, en aquellas alegorías que Alfredo despliega acerca de los contrastes humanos entre ingenuidad y malicia, temeridad y prudencia, sedición y lealtad, hostilidad y afecto, anhelo y frustración.

Aunque las obras parecen comprometernos dentro de esos propósitos de esclarificación de las cronologías, Alfredo sabe que es precisamente la ambigüedad temporal el artificio más práctico, más funcional dentro de sus obras. Hay algunos cuadros que tiran del pasado y otros del presente, que combinan el indicio de lo que sucedió y de lo que sucede, como una especie de déjà vu, que mezclan sujetos y contextos epocales disímiles; y entre los resquicios que van quedando en esa mixtura, en esa tirantez, se divisan determinadas huellas que delatan a Mendoza como hombre anclado en la contingencia nacional (la presencia de un rostro conocido, el dibujo de una silueta contemporánea, la descripción de una disyuntiva frecuente…)

La atmósfera difusa que acompaña los paisajes y retratos de Mendoza, las transparencias, las intensidades de grises con mínimos segmentos de color (ocre, amarillo, y rojo), la visión borrosa, indefinida de los rostros y los contornos, y las siluetas hábilmente insinuadas, casi fantasmagóricas, que penden en el espacio, son recursos que facilitan esa distorsión suspicaz de los tiempos y ayudan a la diversificación de los conceptos.

La búsqueda de fundamentos o exégesis filosóficas para tratar de comprender la realidad insular, especularla, forma parte de un credo de vida de Alfredo Mendoza y de algunos otros jóvenes creadores cercanos a él, lo cual ha estado incidiendo con mucha fuerza en la implementación de basamentos argumentales y metodológicos en este tipo de obra pictórica relacionada con los géneros. El acervo gnoseológico proveniente de culturas como la asiática y la oriental ha desempeñado en ello un rol decisivo, y ha comenzado a dejar una huella visible en la producción simbólica de esa generación de artistas de principio de siglo, a la que Alfredo pertenece por derecho propio.

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Ángel Ricardo Ricardo Ríos
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Ángel Ricardo Ricardo Ríos

Coitus reservatus 1

Por Magela Garcés

Llevo más de quince días con una víbora colgada al cuello.

Aproveché que me había quedado sola en la galería y me puse a mirar los cuadros. Observaba con disimulo, no me quería vincular, me daba cuenta del veneno. Tropiezo con Una parte de Batman, ese sadomasoquista, y me ardió aquello. Al cabo (aún no termino de mirar las piezas) un sátiro entra y me acosa calmado, me distrae. Se muestra sutil, como las representaciones a mi alrededor, solo me habla y lo deja todo a la imaginación. Sugiere mucho, narra lo que me haría. Poco a poco me veo convertida en lienzo, en esa tela que palpita, que brilla, que parece húmeda, que se parece a mí.

De pronto el sátiro se esfuma y me deja a solas conmigo misma. Y con las pinturas. La seducción ha sido total, en todas direcciones. La vigorosidad con que están hechos los cuadros me recuerda que Ricardo trabaja febrilmente, que la pintura le es una necesidad, que todos los días, muchas horas, pinta como un poseso. “Yo no sé cuando parar”, me dice; en su obra “hay un 70, 80 % de accidente”. Y yo me complazco en imaginarme ese exceso como pura sublimación neurótica. Me pregunto entonces cuántas sesiones grupales, cuántas experiencias homosexuales, cuánto cachondeo, cuánta frecuencia, cuánto tiempo, si la misma espontaneidad, si la misma energía, si el mismo arrebato… Vacilo las pinturas con emoción voyeurista. Porque es la Regla de tres la que importa aquí y a mí. La misma Regla de tres que le importa a Ricardo, lengüisucio, diablo. Regla que me interesa solo desde el momento en que arde aquello.

Habría que estar loco para negar lo jugoso, la carnosidad de ciertas plantas. ¡Claro que las flores siempre han tenido algo de promiscuas, y que las frutas siempre han sido unas descaradas y los vegetales unos malnacidos! Nada más natural que usar un pepino como dildo, o devorar unas Fresas negras -untadas- con mantequilla tal y como hizo Marlon Brando con Maria Schneider…

Por eso, así como los críticos no deberían tener permitido conocer a los artistas, algunas cosas, como estas, deberían ser censuradas. Porque sacan el demonio en nosotros (en mí). Mirar estos lienzos despierta un fetiche raro, mucho más, cuando me entero de que son pintados con las manos -gesto indexicálico maldito-. A cada uno de ellos dan ganas de tocarlo, de metérsele dentro, de metérselo dentro. Es un deseo grosero, marrano, de tomar parte en el proceso, de experimentar ese tacto, ese olor, de pintar con mi cuerpo, a lo Yves Klein, con la música de fondo -OJO-, ese “volumen”, ese “alguien que está presente” y participa. Subvertir eso de que la pintura es una “geografía controlada, tiene un marco, no competen más cosas”, cual zona de confort imperturbable.

Cada tela de Ricardo es un test de Rorschach y en todos yo proyecto lo mismo. Más aún cuando paso por su estudio y me encuentro la apoteosis fálica. Que no, que eso es impresión tuya, me dice el sátiro, que siempre hay algo que entra y algo que sale, algo que penetra y algo penetrado. Ok, entiendo la importancia para ti de esa dualidad, pero de que predominan, predominan, no me jodas, le digo yo. Si en definitiva No son venenosas y no se comen, ¿cuál es el punto? Para mí sí son venenosas y sí se comen, de hecho. Por eso no me trago su cuento, siento que hay algo opaco, algo que se me oculta. A pesar de ello, Ricardo ha creado una situación y ahí es donde estoy. Tengo 16, casi me llamo Lolita y eso me desestabiliza, me confunde, me hace dudar. En un gesto de timidez me llevo la mano a la nuca y siento la piel escamosa del ofidio, apretándome. Ardores, sátiro mío, continuos ardores. La víbora en mi cuello por momentos me parece un alacrán, punzante. O un pulpo, viscoso, lleno de ventosas, succionador… y yo disimulo, me defiendo, pero me dejo hacer. Levito…

El sátiro me quiere mostrar su Origen del mundo, sobre el cual quiere que salte, como quien salta sobre una cama elástica, porque para él de eso se trata; pero no se lo permito. Qué tarea más difícil lidiar con los instintos. Mierda. Jenny Holzer, Protect me from what I want, que I have not enough guts y siento un reguero de tripas inminente, una parte del intestino presta a reventar. Si salió verde es positivo, me recuerda el sátiro, pero no, el color es otro. Pienso en Umberto Eco y en la intentio auctoris y en Freud y en que detrás de (casi) todo hay una intención sexual, etc. Pero tampoco hay desmontaje hermenéutico que valga. Deconstruir una pieza de estas entera, con las ganas que tengo de hacerlo, unas ganas bífidas y delirantes, sería un descaro de mi parte. Porque a mí ni Rubens, ni el Shunga, ni el Barroco Latinoamericano, ni ni el Impresionismo, ni el Expresionismo, ni Kandinsky, ni Basquiat, ni Haring, ni Pollock, ni Georgia O´Keeffe, ni Umberto Peña, me han hablado nunca tan personalmente.

Con todo, el trabajo de Ricardo sigue siendo demasiado pulcro; su relación con la pintura (¿solo con ella?) sigue siendo demasiado respetuosa. No usa fluidos humanos sobre el lienzo, no lo violenta, no lo folla, no lo sangra, no lo escupe, no lo llora, no lo eyacula… Lo embarra solo de pigmento, con la timidez de quien ama y teme ultrajar el objeto amado. Qué hermoso, qué delicia, qué morbo corromper eso.

Sin remordimientos, lo asumo todo como un coitus reservatus (nunca me ha gustado quedarme con dudas). Y que lo que pase en La Habana se quede en La Habana. Pero En lo que son peras o manzanas, yo mejor me pongo a hacer otra cosa. Me tengo que aguantar, y no solo en la extensión editorial. No me conformo. Esto de contenerse a veces se siente feo. Al sátiro no lo he vuelto a ver. La víbora ya no me aprieta el cuello, pero sigue ahí colgada, mirándome fijo a los ojos.


1. A propósito de la última presentación de Ángel Ricardo Ricardo Ríos en La Habana. Y sin el permiso de Legna Rodríguez Iglesias, por algunas insolentes apropiaciones de cierto texto suyo.

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Dayron González
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Dayron González

Dayron González, intensidad interrumpida

Por Magaly Espinosa

El artista expresionista transforma todo su ambiente.
Mario de Michelli

Desde los marcos estéticos del expresionismo la realidad se evapora en el aire, se diluye en fragmentos, enmascarándose tras la mancha, el chorreado, la gruesa pincelada, creándose efectos estéticos hermosos y aleatorios, que se acercan a esos vacíos que crean los recuerdos, que no nos permiten saber cómo son las cosas realmente, cuan escondidas suelen estar las intenciones, porque a veces, lo que de verdad sucede es lo que no se evidencia.

Nada hay más engañoso que el recuerdo, por él se deslizan los detalles y las apariencias de lo amado o lo odiado, lo admirado o lo repulsivo. La imagen puede seguir ese incierto camino del recuerdo, para alterar el orden de las apariencias creando otros órdenes difusos y extravagantes.

La obra de Dayron González parece afilar esa filosofía de lo incierto, el ambiente que rodea a las figuras, los espacios públicos o íntimos, la forma en la que representa sus personajes, hacen difícil comprender frente a qué situaciones los coloca el artista, qué los envuelve, qué sentimientos los dominan. Siguiendo esta intención se afilia a la estética del expresionismo abstracto que le permite acercarse a la sensibilidad que brota de lo real, y desde ella provocar emociones en el espectador que serán las encargadas de proveerlo de conocimientos sobre lo supuesto, lo imaginado o lo aparente, una realidad que por disimulada es incompleta.

Como él expresa, emprende una creación que se sostiene en lo que lo impacta visualmente, broten sus emociones del mundo cotidiano que lo rodea, o de la información que genera la comunicación.

Su forma de narrar se sostiene en manchas o salpicaduras de pintura que le permiten interrumpir el relato, tapando el segmento o porciones que definen la obra, disipándose así aquellas partes que nos pueden ayudar a comprenderla. En esa dirección, su pieza Estigma es significativa porque hace evidente esa estética, que además exime al ambiente que rodea a la figura de toda información complementaria.

Tiene como único elemento un hombre vestido de rojo, sobrecogedor bajo ese atuendo, parece no poseer extremidades, el rostro se desvanece tras salpicaduras que impiden apreciar las expresiones, creando un sentimiento de desprotección, abandono, tristeza. Es una visión que desalienta, pero de ese desaliento es que brota su belleza, de la sagacidad del artista para que supongamos diversas circunstancias: podemos estar frente a una conversación interrumpida, un mal sueño o una difícil decisión, pero todo son figuraciones que la solución pictórica provoca.

Father es igualmente hermética, quizás está más definido el ambiente, pero su principal componente es la imagen de un pontífice, un patriarca espiritual, del que no vemos el rostro, ni comprenderemos ante quién se inclina, ni las motivaciones de su reverencia.

Una de sus piezas más atrayentes nos presenta el rostro de un hombre con las manos tapando su boca, un gesto que se identifica con el asombro, el espanto o el miedo. No tiene edad, ni rasgos que permitan reconocerlo, sin embargo, las largas manchas de pintura que lo disfrazan refuerzan la interpretación que solemos hacer de esa postura. La pintura en sí misma, carga esa interpretación, no son los contornos que nos apegan a lo real, es la imaginación del trazo el portador del significado.

Este creador emplaza las figuras en muy diferentes circunstancias, pero todas se empeñan en supeditarse al capricho del trazo pictórico, se dejan manejar por él, aunque el resultado sea duro, despiadado e incierto. Hay también en su creación momentos dulces de intimidad, como en la obra en la que dos figuras se inclinan para saludar a otra que está sentada en un butacón puesto de espaldas al espectador. Trampea con personajes históricos, religiosos y políticos, con tribunas vacías rodeadas de flores y todo ello hace conjeturar que en ningún caso su narración es ingenua.

Las manchas y los chorros intentan desestabilizar lo que se nos cuenta, pero es pura apariencia, porque realmente si miras con detenimiento las flores, estas se convierten en parte de una audiencia humana, o son de nuevo simples flores, un caleidoscopio que va a obedecer al punto en el que sitúes tu mirada.

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Jassiel Palenzuela

Falencias

Por frency

Parece que vivimos en una contemporaneidad en la que muchos no somos conscientes de lo que se mueve tras lo que se nos presenta como “realidad”. Somos pocos los que nos interesamos por intentar ver “más allá” y escudriñar en las costuras de los sistemas o los campos de acción humana. Somos cada vez más adictos a la necesidad de comunicarnos des-comunicándonos, de pretender realidades que no son tal cuales, o vivir otras que se nos ofrecen y a la vez, como en bucle, alimentamos con nuestro consumo.

Mucho de esto sustenta hoy, acaso incrementará, nuestras maneras de interactuar desde los niveles más ínfimos hasta los macros. Desde un simple móvil hasta una compleja consola de interacción multisensorial –en los casos más felices con conectividad mediante– estamos “regresando” a la realidad y la expresión múltiples, ya anunciadas desde la prehistoria y reafirmada con los retablos medievales 1. Pero hoy de otras formas, donde volvemos a creer, ante tanta incertidumbre presente, en esas otras realidades con las que convivimos y nos confundimos o fundimos.

Eso parte de una humana necesidad por reinventarnos. Eso nos ofrece la tecnología: reinventarnos y con ello reedificar de otro modo nuestro mundo también espiritual –aunque muchos sean invidentes a este hecho: la avanzada del siglo XXI nos acerca a dimensiones y expresiones que parecían perdidas mas estaban reposando, a la espera–. Presuntamente el arte es parte de esas necesarias reinvenciones humanas. Y dentro del arte, algunos medios nos ofrecen más posibilidades de ingenio expresivo respecto a otros.

Es sabido que considero a la pintura como uno de esos medios donde más difícil resulta recrearnos. Son contados para mí los ejemplos de autenticidad desde la pintura, como desde cualquier uso de los medios expresivos cuando resulta de una fórmula probada o de un anonadamiento técnico. Por eso son puntuales mis escritos sobre artistas que han hecho de la pintura un medio aún pertinente. Y este, incluso con los riesgos que implica para el artista a quien me referiré, es uno de los casos.

Supe de Jassiel Palenzuela por su contacto con nuestro website 2. Al tener una “vista previa” de lo que ha hecho me contenté con un posible encuentro. Editamos y programamos su perfil en la web y planeamos el vernos. Con toda modestia nos abrió su alejado espacio y realmente causa placer cuando uno se detiene ante obras –perfectibles y riesgosas, por supuesto– más interesantes en directo que mediadas por las trampas de un dossier, con la edición y el procesamiento de imagen que esto implica para seducirnos. Luego, por merecerlo, obtuvo el premio del Salón de la Ciudad de La Habana. Y confieso que aunque fuera parte del jurado, mayormente los presentes coincidimos en su obra, no ejercí influencia alguna para su distinción –algo fuera de toda ética aunque unos cuantos lo practiquen–.

Mientras algunos se disfrazan con falsos conceptos refritos, u otros engañan con un aspaviento pictórico de “segundos de vida” o con el relamido resultado que mata la frescura del gesto, existen algunos que piensan la pintura como una “leonardiana” acción sensorio-mental, de persistencia, de proceso impenitente; en suma como acción intelectiva y emocional que procura otros alcances y traza otras relaciones.

Volver a la pintura para Jassiel parece un amparo personal ante la desidia y la superficialidad que vivimos y el excesivo bombardeo de contenidos de consumo, pero no para esconderse en la belleza esteticista, que su obra la tiene por cierto; más bien para deglutir lo que consume y devolverlo como un recodificador burlesco. Jassiel es un gamer, y asume la gracia del vintage computacional para remontarnos a aquellas obsesiones del proto-pixel de Seurat que con la era electrónica y digital se redimensionaron dentro del entramado de sensaciones vibrantes que hoy usamos para mucho, sin notar que vivimos en una época donde el arte se vale del error como contenido.

Sus lienzos, como en lo mejor del graffiti, del bad painting, de los postvanguardistas, experimentan con un entramado de relaciones que generan caminos paralelos, transversales, entrecruzados, no lineales, no aristotélicos, descubribles si detectamos la Data procesada mediante pastiches propiciados por el recurso expresivo del glitch 3.

Homenaje interno a la pintura, las suyas intentan abrirnos a dimensiones que trascienden ese medio. Es cuando advertimos, tras el engatusamiento primero ante su ejercicio de construcción paciente y el deleite con sus imágenes, que sus intereses trascienden el ludismo retiniano para ironizar sobre el poder, la sociedad, sobre ciertos valores en conflicto, acerca de símbolos construidos que han perdido su connotación y hoy son nada u otra cosa vacía. Es entonces que podemos desenmascarar cierto sabor menos dulce en sus obras: aparentes ordenamientos de un caos que nos engaña con sus efectos y genera una realidad donde yace la necesidad de repensar otros sistemas; otros rumbos con otros fallos, otros errores, pero ya no los mismos que, con tantos años, aburren.


 

1. Recordemos que los retablos son “analógicamente” espacios multimedia, similar a las multipantallas actuales en estructura y propósito; aunque cambien la intensidad de la interacción y la capacidad de transformación de sus contenidos.

2. Me refiero a www.art.inhavana.net, disponible desde mediados de 2016.

3. El glitch es en informática un error que generalmente no afecta negativamente al rendimiento o estabilidad de un programa. Se considera como una característica no prevista pero modifica la imagen que percibimos e incluso en programaciones puede modificar los resultados de nuestra interacción. Muchas veces se debe a problemas de codificación del sistema binario traducido en imagen. A veces se debe a ficheros mal codificados o dañados, que al ser leídos forman imágenes erróneas. Desde hace más de veinte años ha sido empleado por artistas, principalmente dentro del arte digital y el New Media, hasta el presente con las extensiones hacia los llamados Emerging y Converging Media.

 

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Jorge Lavoy
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Jorge Lavoy

Jorge Lavoy: Introducción

Por Gabriela Azcuy

Nada permanece inmóvil, todo se mueve, todo vibra.
Principio o Ley de la Vibración

La atomización social propia de la postmodernidad, y su consecuente fragmentación en roles, -con comunidades y lenguajes específicos- ha impuesto el criterio de la especialización como una especie de dogma o fe insoslayable. Quizá como crédula estrategia de diferenciación y autorreconocimiento en un mundo regido por la “indefinición”. Sin embargo, para Jorge Lavoy, quien desde muy joven empezó su carrera de modo profesional (1) en las artes -música, actuación, dirección audiovisual-, explorar ahora el universo de las artes visuales es un proceso totalmente coherente a su eterno motivo: la creación.

La exploración comenzó a modo de diálogo entre la fotografía audiovisual y la foto fija. Y así, como ejercicios o ensayos libres, surgieron las primeras series: Havana-Mirror (2007/2014), Color Girl (2014-2015), Sensus (2014-2015) y Humo Azul (2015); en las cuales hay una experimentación al interior del propio corpus fotográfico y sus posibilidades como medio.

Havana-Mirror es un redescubrimiento de fotografías tomadas por Lavoy años atrás en su entorno arquitectónico. Al revisitarlas encuentra un panorama casi intacto. Decide, entonces, con suspicaces y surreales espejos de imágenes recrear un nuevo paisaje y mostrar una ciudad inmóvil, languidecida en el tiempo.

El recurso del espejo, la fragmentación de la imagen y el juego perceptivo toman una madurez clara con Sensus, serie en la que, al igual que Color Girl, el cuerpo femenino protagoniza la escena. Pero si en Color Girl la intención es seducir a través de la exploración del color y las líneas femeninas; en Sensus la fragmentación del cuerpo unido a los altos contrastes y los juegos de blancos/negros, provocan una imagen totalmente abstracta, que evidencia un discurso visual de mayor complejidad.

En la obra Silencio infame (2015) el artista declara su intención de “hacer uso al unísono -sin invasiones- de los lenguajes de la fotografía fija, la fotografía audiovisual y la instalación” (2). La caja de luz es sustituida por una pantalla 3D que proyecta una imagen en movimiento sobre una foto fija; lo cual produce una alteración en la percepción de ambas, y le permite al artista discursar sobre “la trascendencia del sujeto, la obstinación del referente a siempre estar”.(3)

Con Situation (2015) hay una madurez en la búsqueda de la metáfora y el dominio de la luz. Esta es una serie de replanteamientos y rupturas como consecuencia de un profundo análisis autorreferencial. Por ese camino del Yo, llega Focus (2016…), un proyecto en pleno work in progress, que abandona los predios fotográficos, a cambio de una poética espontánea desde lo matérico y formal. Una vez más, el artista se aleja de lo definible.

En Focus, Lavoy materializa su necesidad de representar -iconográficamente- las frecuencias que emite durante el proceso de reprogramación de su subconsciente. La imaginería y materiales que utiliza provienen de ambientes playeros, de recuerdos y zonas felices de su infancia. La resina, sustancia empleada por él en las constantes reparaciones de sus tablas de surf y otras embarcaciones, funciona como metáfora de las capas propias del subconsciente. Se apropia de esa cualidad adhesiva y la traduce en su obra como implantación y/o fundición de una idea. Entonces la capacidad reflectora del material altera la imagen; pero nótese que cada reflejo se distorsiona de la misma manera, pues su paradigma personal es el que ha sido impreso.

A modo de leitmotiv, el anzuelo es una especie de analogía de su ser, entendido como ente energético. En ocasiones aparece modificado en función de crear nuevas formas -figurativas, abstractas-, otras puede verse cual huella, silueta o dibujo. Su diseño perfecto, su capacidad de atraer o más bien de agarrar, le cautivan sobremanera.

El artista afirma que la creación de esta serie es un proceso inevitable, un ejercicio exegético en el que expone fragmentariamente las oscilaciones de su cuerpo y su mente. Y es que en estas piezas todo vibra a mil, desde los patrones abstractos sobre fondos oscuros y brillantes, hasta las hermosas y delicadas figuras sobre cristal. Nada permanece inmóvil asevera el Principio; y en Focus, como en la creación toda de Lavoy, las frecuencias son -definitivamente- muy altas.


  1. Graduado de la Escuela Elemental de Música Manuel Saumell en la especialidad de Percusión (1997-2003) y de la Escuela Nacional de Arte (ENA) en la Especialidad de Teatro (2003-2007); trabajó en la televisión y el cine cubano desde 1999 a 2014. Para el año 2012 creó la productora audiovisual Lucky Frame con la cual ha realizad desde la fecha hasta el presente, diversos audiovisuales.
  2.  Post it: Expoventa de Arte Contemporáneo Cubano 3 (Catálogo). Collage Ediciones, La Habana, 2015, p.110
  3. Ob. cit.

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Maikel Domínguez

Lecciones para quebrar el canon, según las obsesiones de Maikel Domínguez

Por Estela Ferrer

De la historiografía del arte

Si una característica comienza a distinguir a la historia del arte, sobre todo cuando se arriba al estudio de las civilizaciones antiguas y clásicas, es su carácter uniforme, aunque cambie un poco de un período a otro, se pone en vigor un patrón a seguir que es acatado por todos los artistas. Entre ellos pudieran mencionarse los cálculos anatómicos e, incluso, proporciones ideales y el nombrado canon, como sistema de representación inquebrantable que pautó la producción artística de valiosas civilizaciones como la egipcia y la de la poderosa hélade.

Una vez, pasado el tiempo, la crítica ha podido encontrar esos marcadores epocales y a partir de ahí crear teorías totalizadoras sobre una década determinada. En el caso del arte cubano, se ha hecho notable -aunque por supuesto dentro de la propia tendencia el carácter plural de las soluciones estéticas se hace evidente- el interés de varios artífices por el rescate de una visualidad marcada por los códigos del lenguaje pop, el bad painting, con un gusto por el gran formato y que disfrutan el acto puro de pintar, muchas veces, desligándose casi totalmente de reflexiones sobre el acontecer socio-político nacional. En esta hornada de creadores, bautizada por el curador y crítico de arte Píter Ortega como Nueva Pintura, se inscribe la producción del artista cubano Maikel Domínguez.

Entre las exposiciones que comenzaron a visualizar esta tendencia pueden mencionarse: Pintura húmeda, Bla, bla, bla, Bomba, La gallina de los huevos dorados, curadas por Píter Ortega y más recientemente en la última edición de la Bienal de La Habana, No le temas a los colores estridentes, curada por Daniel González Alfonso.

Retratos conformados a partir de la sumatoria de partes de varias personas, a la usanza del collage se dan cita en sus recientes trabajos, así como una estética que se despega del color local y abraza lenguajes internacionales. Se constata, una figuración que echa mano a elementos geométricos y abstractos, arrojando al espectador a una composición que causa extrañamiento, y por consecuencia, mayor atención. En la producción de Domínguez hay mucho de contemporáneo-en su uso acertado de los referentes aprendidos- y también de cosmopolita.

Del clasicismo a la pasarela

Si bien sus retratos no abandonan del todo los códigos del naturalismo, Maikel Domínguez se lanza al riesgo de poblar los lienzos de sujetos no convencionales, que despiertan en quien los mira un estado de alerta, de sospecha. Quizás porque-aunque también es válido-nos hemos acostumbrado a los códigos tradicionales de representación, a la academia, al canon occidental de lo bello es que la recepción de una pieza que se desmarca de lo clásico nos incita a percibirla con cautela, a intentar develar su misterio entre los entuertos de la forma y el color.

En un mundo que cada vez se antoja más tecnológico y frío, donde multitudes consumen enardecidas un show como La belleza latina parece cada vez más urgente maquillar los defectos, cuidar cada detalle, promover lo fashion, de acuerdo a los últimos modelos de éxito. Sin embargo, esta receta no le interesa a este creador. Su irreverencia lo conduce por otros caminos: a una contraoferta, a quebrar la norma estética dominante.

Por ello, el retrato resultante no representa a una persona real, más bien es un producto que nace de un proceso metafórico, trucado y artificial que se desmarca de preciosismos. En esta sumatoria de ojos, bocas, no existe otro deseo que el de crear una figura-irreal, por supuesto-pero sí muy expresiva, capaz de emocionar, ser empática, transmitir un estado anímico y conmocionar.

Aún después de tantos ismos del pasado siglo XX, de las renovaciones conceptuales y pictóricas, sigue siendo una verdad de Perogrullo que la obra de arte ante la que se puede pasar indiferente posee serios problemas en su orden interno u orgánico. El arte, sea académico o no, requiere de una gran carga energética-incluso hasta en el minimalismo más extremo-y el artista es consciente de ello.

Por ello, en los retratos de Maikel Domínguez se experimentan dos sensaciones: el rechazo y, al mismo tiempo, una atracción casi magnética precisamente por su singularidad, que reside en la facilidad que tiene el artista para alejarse de una representación bella.

El contraste figura/fondo

Un detenimiento especial, requiere el tratamiento que hace Domínguez de los fondos de sus piezas. Suelen ser muy trabajados, a modo de mosaicos, con figuras en primer plano o que se ubican en el centro de la composición. Por tanto, el geometrismo del fondo genera un contraste con respecto al carácter naturalista del retrato. Una dualidad de opuestos que se reitera en la lógica de su trabajo todo. No hay espacio para lo homogéneo, sino la riqueza visual de lo diverso y múltiple, la dulce provocación de lo fragmentario.

Tal por ello, a ratos se distinguen en sus creaciones las similitudes con la paleta de pintores cubanos como: Servando Cabrera Moreno, Raúl Martínez, Flavio Garciandía, por sólo mencionar algunos.

La marca autoral

En este aspecto en particular destacó ya la civilización griega. Desde entonces, la marca o el estilo, como se argumenta en la contemporaneidad, que distingue a un artista de otro, hace que un performance de Santiago Sierra, tenga operatorias diferentes, en cuanto a tropo y postura ética con respecto a uno realizado por Spencer Tunic y que el público sea capaz de reconocerlos.

En el caso de Maikel Domínguez, su producción se desmarca de la de otros cultores del patio como el Pollo, Niel Reyes o jóvenes como Alberto Lago, al ser una búsqueda otra de un bienestar físico-mental, al declarar abiertamente que su obra constituye un documento «testimonial» de su horizonte de vivencias y valorar no sólo el regodeo del acto mismo de la pintura-o sea su cualidad táctil-sino su propia existencia como terreno irreal donde pueden convivir las más osadas y al mismo tiempo, liberadoras representaciones.

En la producción de Maikel Domínguez se dan cita, entonces, el regusto por la pintura y la lealtad al gran formato. Un compendio de emociones, deseos y conflictos, resueltos mediante la expresividad del color y la gestualidad del trazo y, a la vez, ambientes que se desmarcan de cualquier territorio en específico.

Al mismo tiempo, se añaden los legados del neoexpresionismo, el neopop, el efectismo fauvista y en diversas piezas, de la pintura cubana de los años sesenta. Una compilación múltiple, en una suerte de híbrido que se centra en su existencia autónoma, sin ser despojado totalmente de conceptualismos, pero tampoco asumiéndolo como camisa de fuerza.

El universo creativo, en cada artífice, se estrecha o dilata a medida que el tiempo transcurre. Al parecer Maikel Domínguez ha encontrado su camino en una estética que si bien no es nueva, sí reúne códigos de movimientos artísticos anteriores que mezclados configuran una receta atractiva y hasta atendible.

Habrá que esperar nuevas entregas que seguro vendrán marcadas por su voluntad a ratos movida por un estado de éxtasis, de perfecto equilibrio, «casi anestésico»; en piezas de excelente factura que obliguen a meditar sobre los representados, la inquietante paleta de color y la ambigüedad del fondo, en una suerte de nueva figuración que en todas partes lleva un sello que es auténticamente suyo.

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Yuniel Delgado
Stories (ES)

Yuniel Delgado

Óleos, trazos y críticas a gran escala

Por Yenny Hernández Valdés

La diversidad de propuestas, temáticas, conceptos y técnicas en el arte cubano contemporáneo es inmensa, por lo que se hace necesaria una actualización constante de la misma para dilucidar, dentro de esa variedad cuantitativa, aquellas soluciones realmente sólidas y originales. Es por ello que apreciar las coordenadas por las cuales se mueve lo más actual de nuestro arte dentro del entramado cultural que nos acaece resulta un desafío que requiere de ímpetu ingenioso y erudito.

El contexto resulta para muchos la cantera en la que sus inquietudes y cuestionamientos burbujean constantemente. La coyuntura para desenvolverse, tanto en el terreno propio como en el internacional, tiende a ser cada vez más fortuita para aquellos que ansían desarrollarse en y desde el medio artístico. Contamos con quienes han sabido imponerse a esas nebulosas para hallar un resquicio iluminado en función de expresarse como artistas. En esta línea vale mencionar a Yuniel Delgado Castillo, joven creador que ha encontrado en la plástica el medio idóneo para transmitir sus preocupaciones respecto a la sociedad contemporánea. Desde sus inicios ha asumido la postura de un sujeto/artista que experimenta, digiere y proyecta determinadas problemáticas del devenir social.

Los estudios cursados durante su estancia en la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, sobre pintura, ilustración, escultura y diseño han sido fundamentales para su trayectoria artística; no solo para la sedimentación de un lenguaje propio de expresión, sino también para la madurez necesaria – y a mi criterio notable – de un discurso lineal sólido que permite identificar su quehacer dentro de la vorágine efervescente de la producción artística cubana más contemporánea.

Desde sus iniciales exploraciones y hasta este momento, se ha caracterizado por reflejar un compromiso por preocupaciones sociales, políticas, culturales, contextuales… La valía de ello se extiende además hacia la provocación dialógica y el intercambio que desde las artes visuales puede generarse. Cual arqueólogo social, es un artista que hurga en zonas sensibles del sujeto intentando ofrecer una perspectiva muy personal, su posible solución: una escapatoria a esa realidad escasa de esperanzas y oportunidades. En todas y cada una de sus producciones persiste una voluntad por rescatar la senda positiva del sujeto y su accionar.

El hecho de valerse tanto de la pintura, la escultura o el diseño para la realización de sus propuestas resulta una analogía con la multidisciplinariedad propia del arte contemporáneo, un reflejo que encuentra su contrapartida en la heterogeneidad de las artes visuales más recientes. Es perceptible un atinado maridaje entre la línea discursiva y estética que sigue con las prácticas emergentes que inundan el panorama artístico.

Sin necesidad de emplear tonalidades triviales o kitsch, ni trazos rebuscados o gratuitos, y distanciándose de toda superficialidad conceptual, Yuniel Delgado les proporciona a sus seres una dimensión de sobrevivencia, un entorno cíclico entre lo real y lo ficticio. Les da la posibilidad de orbitar en una zona otra pero a la vez real, y son las problemáticas sociales los núcleos fluctuantes al interior de sus piezas. El apego a las inquietudes del sujeto contemporáneo y una posible brecha de escape devienen matices constantes en su producción.

Es la pintura la manifestación madre de su discurso, como un telón de fondo que acoge en sí un espectáculo gestual y pictórico de marcado corte expresionista. Deudor conceptual y formal del legado de generaciones anteriores de artistas como Antonia Eiriz o Tomás Esson, cuyas representaciones permanecen perpetuas detrás de cada figura, de cada elemento, de cada paisaje – figurativo o abstracto – que Yuniel Delgado se repiensa desde su contemporaneidad.

Sin lugar a dudas, ya desde la propia visualidad de sus obras, son el color y el trazo la máxime de sus propuestas. Un color llevado, en muchas de las ocasiones, a una extrema energía en lo que a tonos oscuros u ocres se refiere; e incluso, a un tipo de corporalidad del color de acuerdo a los empastes y las texturas que quiera lograr. Pero también el trazo ejerce marcada fuerza en su quehacer, y rotula a partir de este una gama expresiva característica dentro de su producción, una constancia visual que lo tipifica.

Delgado Castillo gusta trabajar con los grandes formatos en función de estimular e impactar en el ojo humano. Logra un placer retiniano a gran escala que sumerge al espectador en la intensidad de los negros que predominan. Trazos fuertes y firmes, líneas y ralladuras consistentes de energía y continentes de conceptos, van proyectando cuerpos, cabezas, rostros, manos, sujetos y objetos cargados de enjundia consciente y reflexiva, aspecto inquebrantable de su producción.

Más que un mero ejercicio creativo o la redundancia en el desgaste social/moral de la humanidad, Yuniel Delgado reflexiona, siempre con matiz de fisgón, sobre el comportamiento y desarrollo del sujeto contemporáneo, optando principalmente por la grandilocuencia del lienzo. En la armazón de sus propuestas cobran sentido personajes anónimos a la vez que sociales, construidos a manera de ensamblajes o instalaciones modernas, para establecer conexiones con la realidad coyuntural experimentada, con un universo imaginado como sobrevivencia estratégica inherente al sujeto. La ironía, el humor, lo sugestivo y la metáfora le valen atinadamente a manera de recursos para su despliegue artístico.

El camino de Yuniel Delgado Castillo es aun joven en cuanto a madurez estético-conceptual. Su producción crece, su aliento de artista progresa y el sendero va iluminándose cada vez más. Sus lienzos transpiran un sello muy personal, un modus operandi de pautas precisas que le han favorecido el honor de producir telas originales e interesantes en la escena más emergente del arte cubano.

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Julio Figueroa Beltrán
Stories (ES)

Julio Figueroa Beltrán

Descifrar el enigma de su visión

Por Daniel G. Alfonso

Hay que mirar la obra y confrontar con ella, no con el creador.

Michael Haneke

La pintura, en la actualidad, y para sorpresas de muchos sigue por buen camino. Los artistas cubanos -no importa lugar, espacio o contexto donde se encuentren- siguen trazando nuevos retos visuales y se han propuesto renovar el lenguaje pictórico. Esta manifestación a pesar de las nuevas tendencias como el instalacionismo, lo objetual, el conceptualismo, se seguirá aplicando a la tela y, creadores como Julio Figueroa Beltrán tiene en su quehacer óleos que nos provocan nuevas sensaciones y nos hace reflexionar sobre los cambios estéticos, formales y conceptuales que presenta la pintura en nuestros días.

Julio Figueroa Beltrán, sabe que la pintura es un medio que le permite construir pequeños universos ambiguos, fascinantes, de apariencia lúdica y de un espíritu cercano a la irrealidad. Pintar es su pasión, elemento que podemos apreciar en cada uno de sus cuadros; asimismo, ante ellos nos encontramos en un estado inusual, pienso, en un ambiente de relajación, de reflexión, de enajenación con todo lo que nos rodea. Es como si dos mundos se comunicaran, como si la realidad y la ficción se entremezclan en la mente del que observa sus lienzos.

Su ser interior se exterioriza con cada obra, son representaciones -únicas y con un sello personal- que se acercan o son simulaciones escenográficas de inspiración metafísica; son construcciones donde el sujeto se halla solo consigo mismo. Por ello, se puede afirmar que, Figueroa Beltrán crea con estas telas que coloca a juicio del público nuevos significantes, tanto en términos estéticos y formales.

Su producción irradia o hace referencia directa a las pinturas de René Magritte, Luc Tyumans, Peter Doig, Remedios Varo, Giorgio de Chirico; y, es por eso, que recuerdo sus palabras cuando decía que “para que una obra de arte sea inmortal, debe salirse completamente de los límites del ser humano y debe aproximarse al mundo de los sueños”. Julio Figueroa sueña, y digamos que en grande. Cada cuadro refleja el momento actual que estamos viviendo, son actos purificadores de nuestra realidad más cercana.

Debemos aclarar que nuestro artista vive y trabaja en la ciudad de Miami, un factor que influye directamente en sus lienzos, en el modo de representación y a la hora de crear nuevos significantes y significados. “El acceso a información visual de tan diversas procedencias ha sido un elemento determinante”, nos comenta el artista. Ello, le ha posibilitado estudiar e investigar más sobre la pintura y sus contemporáneos; asimismo, con sus pesquisas realiza una obra diferente y muy personal en la que acude a su memoria y su acumulada experiencia.

Sus representaciones, digamos que teatrales u oníricas, elimina toda posibilidad de ubicar al espectador en un momento determinado de la realidad. Pasado y presente, realidad y ficción se entremezclan entre sí para dar paso a múltiples lecturas. Son el nacimiento de visiones enterradas en las profundidades del subconsciente de Julio Figueroa, es un largo y coherente discurso disfrazado de ironías, metáforas, parodia y simpatías.

Su producción se puede catalogar como un extenso libro en el que observamos imágenes que se funden y enlazan una poética personal, enérgica, arriesgada y, sobre todo cargada de una sinceridad que recuerda que el arte es expresión única y que las emociones y la irracionalidad están ineludiblemente unidas.

Cada uno de sus cuadros, con una temática diferente, comparten el universo de lo surreal como alegoría de sus sueños sin espacio ni tiempo. Son viajes a su interior que manifiestan su afán por el mundo que le rodea y que le es próximo. Sus pinturas son cosmos pictóricos de gran fuerza imaginativa y de una poesía visual insuperable, tal vez, como los sueños que una vez tuvo cuando niño.

Julio Figueroa Beltrán pertenece a una generación de pintores que quieren escribir su capítulo por ellos mismos, donde vemos como siguen tras una nueva utopía: la autonomía del arte y, porque no, de la pintura.

También vemos como en el resultado final de sus piezas se encuentra el retorno a la sensualidad y a la subjetividad del propio artista, por ello, pienso que en el proceso creativo nuestro creador se encuentra en un estado fuera de lo común; estado que le posibilita ir y venir, tomar y dejar un camino determinado dentro de las diversas técnicas pictóricas. Sus imágenes, sus escenas y sus personajes dentro de la composición das la posibilidad de explicar el mundo interior de Figueroa Beltrán.

Tal vez todo ese collage que se produce al interior del lienzo sea una semejanza a los tiempos que vivimos en pleno siglo XXI, es una mixtura que desempeña un juego real o irreal que muestra visiones paradójicas de lo desconocido. Es un clima inquietante creado para forzar al espectador a que se incorpore y penetre en la obra y así pueda descubrir por sí mismo diferentes significados, pistas, signos y señales sobre toda su producción.

Son pinturas en las que Julio Figueroa nos lanza una adivinanza sin solución, en la que como público nos implicamos y sin quererlo creamos una nueva realidad y, tal vez, podamos descifrar el enigma de su visión.

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Danuel Méndez
Stories (ES)

Danuel Méndez

Hey Jude

Por Marcos

Hey Jude…
este es mi último dólar
así que empina las nalgas hacia mis conos y bastones.

Hey Jude…
esas tetas son nuevas
(cada día me gusta más este mundo… ya hasta hacen plásticas las mentiras) que bien se te ve ese lipocrater en el muslo derecho.

Hey Jude…
menea que la mesera acecha el aterrizaje de mi cerveza
y esa canción me deporta a mis cicatrices…

Hey Jude…
siento mucho tu ojo morado
tu nariz sedienta
las cruces de tus pupilas
los sabotajes de la gravedad.

Hey Jude…
que rápido esos 3 minutos
para la próxima te pongo la 9 sinfonía
aunque no sé a qué sabrán tus caderas sazonadas con pianos y violines.

Hey Jude…
ese no te va a dar propina.

Hey Jude…
no cubras tus pezones
(no aprendes después de 15 años).

Hey Jude…
te dije que era mi último dólar
así que resérvate la mueca…

– Hoy no me escribiste un poema – pregunta algo decepcionada.
Tomo la servilleta y la pongo en la tira de su tanga… mientras mi vista trota a paso doble de su ombligo a los pétalos insípidos de su vagina.
– Cómo se llama este – susurra acomodando el cigarro en sus labios.
– Creo que… «cuándo te ame» – le dije rumiando una sonrisa -, ya ves que en ocasiones mi amnesia toma vacaciones…

Hey Jude…
suerte esta noche
que tenga buena caza de papeles.

Hey Jude…
ya Anita cumple 12,
todos los meses sigue llevando flores a la tumba de su madre y le dice que quiere ser cirujano cardiovascular…
en eso de soñar sacó tus alas
creo que también tus ojos.

Hey Jude…
¿crees que la hiciste mejor?
hasta la próxima…

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Cuban Art Magazine
Stories (ES)

Jorge Juvenal Baró

Una realidad alternativa, la poética de Jorge Juvenal Baró

Por Estela Ferrer

Pareciera que para Baró el tiempo sólo existe para ser sometido a sus caprichos, doblegado, puesto en solfa. Sus personajes gozan de un escenario donde van y vienen a su antojo entre múltiples momentos de la Historia del Arte. El tiempo, como brújula, coloca y ubica a su pintura entre las vanguardias del siglo XX o la arrastra a la contemporaneidad. Más allá de sus inquietudes de carácter psicosocial, de su vocación por el retrato, es su estrategia para cruzar y hacer coincidir fronteras temporales en su pintura, su principal acierto. Una estrategia, hilada con sumo cuidado, al elegir las tendencias pictóricas que obedecen también, en gran medida, a los referentes obtenidos en su formación académica.

La producción plástica de Jorge Juvenal Baró inicialmente trataba de lograr los requisitos de la academia. El dibujo, la naturaleza muerta y los retratos fueron los géneros que tomaría en esta primera etapa para manifestar su visión del arte y poco a poco la idea cobró más prioridad que el gusto estético, hedonista y formal. Disímiles espacios interiores, fueron usados como metáfora para expresar estados espirituales o posturas relacionadas con el carácter o el concepto de moral.

Neurastenia tuvo por título su primera muestra personal, realizada en 2014 en la Galería Sitio 18. El título refiere una enfermedad, cuyo principal síntoma es el abatimiento. Los cuadros, aunque no explicaban la enfermedad, debido al carácter cerrado del discurso, sí atrapaban al espectador al sumarlo en el laberinto o vacío donde caen las personas que la padecen.

Su formación académica, en fines de segundo año y hasta mitad de tercero lo condujeron a estudiar la hiperrealidad, concepto que consiste en la incapacidad que afrontan las personas para discernir un momento real de la fantasía. De ahí que ambientes inexistentes sean asumidos como una verdad.

Este universo donde los polos entre lo real y lo ilusorio se tocan encontró un final feliz en su pintura. Una pintura donde se encuentran como referentes importantes la influencia pedagógica de Rocío García, en su taller de Las nuevas fieras, en un pleno rescate de los postulados del pop, sobre todo en el color, y también la huella del pintor español Joaquín Sorolla para siempre. La pincelada, la expresividad de la mancha y la espontaneidad del gesto son de Joaquín Sorolla. “Me quedé con el color en la mente y la pincelada en la mano”, me confiesa.

En cuanto a concepto y visualidad es visible la influencia del pionero del arte pop británico, Richard Hamilton quien trabajó mayoritariamente con las revistas estadounidenses, la cultura de masas norteamericana, desde la publicidad y el envase, la música popular, magazines y los cómics. En Baró toda esta experiencia es aprovechada a la hora de esbozar las composiciones y escenas.

La superposición de imágenes de revistas, generalmente de momentos cumbres de la historiografía artística que recorta e incorpora al cuerpo de la obra, nos descubre este gusto por el collage. El empleo del collage le permite romper con la lógica, la perspectiva y las formas clásicas de abordar la profundidad y la composición; incluso el ambiente se enriquece al cambiar el lugar y el tiempo, al hacer coincidir varias historias que unidas conforman una sola. Después pinta y retoma el impresionismo para concluir la acción pictórica.

Actualmente, su poética se ha enfocado en las diversas aristas de la psicología individual. La vanidad en particular es una característica que le interesa, así como los rumbos del mercado del arte. Su postura, es criticar desde el punto de vista bíblico, la atracción del hombre hacia lo transitorio, y su transformación de las cosas en vacío. Asimismo, mostrar la realidad así construida por el hombre como una vanidad. Por ello, toda su pintura parte de su comprensión del hombre postmoderno como un ser que vive en un perenne vacío existencial.

Un acercamiento a la producción de Baró incluye necesariamente su entendimiento del mundo, del universo físico que lo rodea a partir de sus estudios de teología, del libro del Eclesiastés- conocido como el libro del Predicado o el libro del Filósofo-, las definiciones del filósofo francés Jean Baudrillard y del esteta Umberto Eco. Tal vez por eso advertimos en sus cuadros, e incluso en los puzzles confeccionados con papel y acetato una visión más abarcadora de los hechos y espacios, un deseo de expresar y mostrar una realidad relativizada como afirmara Einstein. Ningún personaje o hecho es presentado de modo realista, y aunque aquí y allá se manifiestan las huellas desgarradoras del expresionismo de Edvard Munch, las escenas no dejan de seducir al ojo que mira. Sabe Baró, a su corta edad, narrar y hacer coincidir historias, ya veremos que más encontraremos en el futuro como parte de las propuestas de su realidad alternativa.

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